Capítulo 20: Celoso.

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- ¿Matías? - volví a preguntar, no creyendo aun que él se encontrara en la puerta de mi apartamento.

- Si, Aria - respondió arrastrando las palabras -, soy yo.

- No es por ser mal educada - dije a la defensiva -, ni nada por el estilo pero, ¿qué carajos haces aquí?

Y fue ahí que lo note. No era el mismo Matías de hace dos años, estaba muy delgado, ojeroso y se le notaba desgarbado. Era una versión desgastada de él. Como si llevara semanas sin probar más que un bocado y horas sin dormir. Parecía que no se había dado una ducha en días, estaba desaliñado, con el cabello revuelto por jalárselo, supuse que tratando de descargar el dolor de alguna manera. En ese momento sentí lastima por él. Aunque inmediatamente me reprendí a mi misma por ese sentimiento. A él no le gustaba que le tuvieran lastima. Lo odiaba.

Matías y yo habíamos sido novios por largo tiempo, en repetidas ocasiones. Éramos como esos novios de antes. Los de agarradas de manos, salidas al cine, y como no, besuqueos en una de las esquinas en el fondo de la sala del mismo, visitas en casa y besos a escondidas cuando creíamos que nadie veía. Pasábamos horas al teléfono, aun cuando llevábamos todo el día mandándonos mensajes de texto. Conocíamos cosas del otro, no solo las cosas triviales, sino cosas más profundas. Podíamos descifrar el estado de ánimo del otro con solo mirarnos a los ojos, y al parecer, eso aun no había cambiado. Mire a Matías directamente a los ojos y pude notar cómo, tras su mal cuidada fachada, se estaba desmoronando en pedazos, lo profundamente triste, desolado y acabado que sentía. Y yo sabía por qué.

- ¿Cuando? - pregunte antes de que respondiera mi desubicada y fuera de lugar pregunta anterior.

- Hace tres días - respondió en un susurro. Él sabía a qué me refería y yo había acertado. Ojala no hubiera acertado.

- Lo siento - fue lo único que fui capaz de decir. ¿Qué más se dice en estos casos?

El se quedo en el lugar, con la cabeza gacha, mirando la punta de sus zapatos, los hombros hundidos y la espalda jorobada. Me acerque lentamente a él, como pidiendo permiso, lo rodee torpemente con mis brazos y una vez estuve pegada a él le di un pequeño estrujón, tratando de trasmitirle con ese gesto, que no estaba solo, que estaba ahí para él todo el tiempo que me necesitara.

Así éramos nosotros. Yo no había ese afecto de novios. Éramos amigos y ese abrazo se sentía como tal. Una amiga consolando a su amigo.

María, la mamá de Matías, tenía cáncer de estomago. Se lo habían descubierto cuando ya no había nada por hacer más que hacerle placentero el tiempo que le quedaba. Ese fue uno de los motivos que nos hizo terminar definitivamente. Cuando se entero de la enfermedad de su mamá, Matías se aisló de todos, era casi imposible localizarlo o hablar con él. No quería a nadie a su alrededor, no me lo decía, pero podía sentir la indirecta las pocas veces que nos veíamos o hablábamos. Hasta que finalmente termino conmigo. Después de eso, nos habíamos escrito ocasionalmente llegando a un acuerdo mutuo de solo mantener entre nosotros una relación amistosa. Aunque como ya dije, no nos habíamos escrito en casi dos años.

La mamá de Matías había muerto, por eso él estaba aquí. Inserte la llave en la cerradura con la mano derecha, la izquierda la dirigí a la mano derecha de Matías y entrelace mis dedos con los suyos. Entramos en mi apartamento y lo hice instalarse en el sofá mientras yo preparaba chocolate caliente, aunque el clima fuera cálido, el chocolate caliente nunca caía mal.

Mientras agregaba los trozos de chocolate a la olla con leche, recordé que aun no tenía noticias de Max. Corte los pedazos con más fuerza de la necesaria y después de colocar la olla en la estufa, saque mi teléfono del bolsillo del pantalón. No queriendo hacer una escena (la cual estaba segura le montaría así fuera vía telefónica a Max), debido a que Matías se encontraba en mi sala y, no creía que fuera el momento adecuado para que me viera pelear con mi novio, me conforme con enviarle un mensaje de texto:

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