I- Life's Like a Detuned Radio

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Era el otoño de 2033, en la escandalosa ciudad de Los Ángeles. La más brillante, la más bella, pero tambien la más peligrosa. En los días, las personas se estremecían de miedo, sus almas condenadas a no poder salir de la ciudad y tener que vivir bajo la presión el resto de sus días. En las noches, todos iban a dormir, preguntándose si el día de mañana seguirían vivos, si el oxígeno todavía complementaría sus pulmones y si la sangre todavía correría por sus venas. Una lástima, para decir la verdad. Todas esas personas, sentenciadas bajo los fríos ojos de la muerte.

La última hoja del otoño cayó al suelo.

Su va y ven fue suave y laxante, cayendo hasta rozar el asfalto con delicadeza. Se mantuvo ahí unos cuantos segundos, hasta que un veloz vehículo pasó por el lado, acelerando a tope. Así era la ciudad. Y así de miserable era uno, tan indefenso como una simple hoja seca que caía de un árbol. La hoja se hizo añicos bajo la rueda del automóvil, en un abrir y cerrar de ojos.

Un delgado joven se encontraba parado en la vereda, una mirada misteriosa y escrutadora cruzando a todas las personas que lo miraran. Llevaba caros guantes de cuero, y sus pies calzaban finos zapatos de vestir negros. Su torso estaba envuelto por una camisa negra, cubierta con un traje rojo escarlata. Sus orbes castañas analizaban la calle minuciosamente, y su pálida piel tomaba un color más rojizo con el frío del ambiente.

Sacudió su cabeza, su pelo marrón claro moviéndose ligeramente, y prosiguió a caminar. Caminaba con la cabeza en alto, como alguien que merecía ser respetado. Era el hábito. Todas las personas lo miraban. Todas las personas sabían. Pero aún así, no decían nada. Era de esperar que toda la ciudad les tuviera miedo. Les tenían más miedo que al mismísimo diablo.

Sus manos de finos dedos alzaron dramáticamente las llaves del Corvette c3, para desactivar la alarma y sentarse en el asiento del piloto, cubierto en cuero. No tardó más que tres simples segundos para echar el caro auto a andar y marcharse de aquella esquina de la ciudad, con desinterés.

Sabía lo que tenía que hacer. Tenía un trabajo. Y ahora mismo, el revólver que llevaba en la parte de atrás de su pantalón le estaba molestando bastante. Dejó que su mirada indiferente vagara por la ciudad.

Al llegar a su destino, estacionó el Corvette y bajó de él con gracia. Era una particularidad de él. Todas sus acciones tenían la delicadeza extrema que usaría un bailarín. Sin embargo, no era una persona suave, si no un asesino. ¿Quién podría contar cuantos cuerpos habían caído a sus pies? Las inevitables manchas de sangre en su ropa ya formaban parte del pasado. Pero, oh, él prefería llamarse a sí mismo un justiciero. Un héroe. Era uno de los mejores, y había una razón por la que había ganado ese puesto. Metió las llaves a su bolsillo con una sonrisa fría entre sus  labios. Se hizo paso a través del callejón, la fría luz del otoño iluminando su camino. Caminó lento, observando detalladamente cada pisada. No necesitaba apurarse. No tenía necesidad alguna.

Cuando su cuerpo se encontró delante de la puerta metálica, no tuvo que hacer ningún tipo de esfuerzo para abrirla. Ya estaba desbloqueada. ¿Tal vez lo estaban esperando? Se hizo paso a través del pórtico de el gran edificio abandonado y suspiró con desprecio. Las personas eran tan obvias a veces.

Se dio vuelta con violencia, viendo al hombre que se escondía detrás de la puerta y dirigiéndose hacia él. No necesitó mas que unos cuantos movimientos para dejar al hombre tirado en el piso. A veces la gente se olvidaba que estaban específicamente entrenados para este tipo de situaciones. Recogió el arma del hombre desde el piso y la colocó junto con la suya, en la cintura de su pantalón, con socarrona lentitud.

Los ojos del hombre lo miraron cargados de miedo desde el suelo, llevando una de sus manos a la herida sangrante en su frente, y arrastrándose rápidamente lejos de él.

—¿Qué quieres?—preguntó, vaho saliendo se su boca por el frío.

El muchacho tardó unos cuantos segundos en responder, tirando de sus guantes para que se ajustaran mejor a sus manos. Dio un par de pasos para estar más cerca y no tener que hablar tan fuerte. Su voz era delicada.

—No quiero nada—su voz hizo eco alrededor del edificio, autoritaria—. Sólo vengo a hacer mi deber.

—Y-yo no hecho nada... Soy inocente...

El chico parado frente a él sonrió para si mismo, sacando su propio revólver. Era un modelo claramente nuevo, de finas terminaciones y remachado en plata.

—¿Sabes qué, Stephen?—preguntó, alzando las cejas.

El hombre se retorció bajo el peso del pie que el chico estaba presionando sobre su pecho.

—¿Por qué gastar tiempo en mentir? Sabes que te quedan pocos minutos—se removió con indiferencia, presionando más fuerte—. Mataste a tu esposa.

—¡No! ¡No fue así!—gritó con desesperación—. ¡Yo no quise hacerlo!

El muchacho de rojo sonrió, pasando sus dedos por el cañón del revólver, rozándolo con las yemas de sus dedos.

—Pero lo hiciste.—se encogió de hombros.

En su desesperación, el hombre se dejó vencer, cesando su pelea para conseguir aire y quedándose quieto. Estaba bien. Sabía que no tenía escapatoria. Fue casi milagro haberse enterado antes de que venían por él. Había pensado que tal vez serían varios, pero al ver a sólo uno caminando hacia el edificio, se sintió en ventaja. Lastima que no era así. Su pequeño plan llegó a dar pena. No había manera de escapar de ellos.

—Dispárame. Mátame rápido.—suplicó, lágrimas corriendo por sus mejillas.

La presión sobre su pecho paró, el muchacho arrodillándose con clase a su lado. Ni si quiera tenía que molestarse en apuntarlo con el arma. El cuerpo del hombre en el piso tiritaba con horror, sabiendo lo que le esperaba.

—Dispárame... D-dispárame...—continuó con sus súplicas, inútiles.

—Ay, Stephen. Ahora dime tú: "si voy a matar a una gallina, ¿para qué usar un cuchillo, que mata bueyes?"—dejó el revólver en el suelo, volviendo a ajustar sus guantes de cuero.

Los ojos del hombre escrutaron los suyos con pánico. El chico sonrió cínicamente, antes de en un par de movimientos, quebrar el cuello del tal Stephen y matarlo en seguida. Otra víctima de la justicia, para la infinita lista.

Recogió su arma, colocándola en su pantalón, y la otra, que había pertenecido al cadáver a su lado, la dejó con gracia sobre el pecho del hombre, que tenía la oscura marca de su zapato. Con una pequeña navaja, tomó su mano derecha y grabó en su piel una simple letra cursiva: K.
Su marca.

Se paró delicadamente, saliendo del edificio y del callejón como si nada hubiera pasado. Pasó sus manos por su cabello ligeramente ondulado, sonriendo cuando al salir, un débil rayo de sol le cayó en la cara con suavidad. No tardó nada en llegar al Corvette, encendiendo el auto y acelerando rápidamente.

Miles de hojas se hicieron polvo bajo sus ruedas.

Karma Police //Ryden//Where stories live. Discover now