Capítulo 6

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La casa de sus abuelos siempre le había hecho sentirse segura. Era como un refugio, con rincones escondidos donde Natalia solía pasar las horas leyendo sin que la molestaran.

Su abuela tenía las paredes abarrotadas con todas las fotos de sus hijos y nietos. Cuando bajaba por la escalera veía todas esas imágenes de los cumpleaños, las celebraciones, las bodas..., todo estaba ahí. Y en muchas de ellas aparecía Elena. Sintió una punzada de dolor al verlas, pero al mismo le aliviaba que sus abuelos hubieran fallecido antes que ella. Su abuela nunca hubiera soportado tanto dolor.

Por desgracia, los tíos y primos de Natalia se habían mudado fuera de España un par de años antes, cuando su tío Pablo encontró un trabajo en una empresa muy importante de Bruselas. No pudieron asistir al funeral de Elena. Pero los llamaron en cuanto se enteraron, y escribían por internet todos los día para ver cómo se encontraban Natalia y sus padres.

Llegó a la cocina y colocó el portátil encima de la mesa. Sus padres se habían ido a comprar y, como ese día había mercadillo en el pueblo, sabia que eso retendría a su madre más tiempo del habitual.

La cocina de la abuela había sido como su templo. Ahí preparaba todos esos deliciosos postres, y nunca podían entrar mientras los hacia porque decía q necesitaba concentrarse. Pero Elena y Natalia sabían de un pequeño hueco por el que colarse, y en cuanto su abuela salía por la puerta, ellas entraban para hacer de las suyas.

Natalia sonrió mientras se preparaba un café calentito. Aunque era verano, siempre había disfrutado del café muy caliente. Se sentó en una de las sillas del alrededor de la enorme mesa redonda donde solían comer. La tapaba un mantel de punto que su abuela había tejido hacía muchos años, pero se conservaba intacto. Y las sillas tenían aun manchas y marca de toda una vida de niños veraneando en esa casa.

Seguía muy atascada con la esquela del hombre desaparecido y sentía que había llegado a un callejón sin salida. Metió en el buscador el nombre del pueblo y la palabra <<habitante>>. Tenía esperanza de encontrar información sobre él, pero no sabía muy bien por dónde empezar. Tras un rato de búsqueda en el que solo encontró noticias relacionadas con el pueblo y los censos que habían tenido lugar durante esos años, se rindió. ¿Qué le había ocurrido a aquel hombre y como podía averiguarlo?

Sin pensarlo mucho, cogió las llaves y salió de casa. Caminar la despejaría, y siempre podía evitar el mercado. Esa mañana hacia fresco, pero el sol había salido y, a pesar de la brisa, sentía como le calentaba las mejillas. Pensó que debería haberse puesto protección solar, pues ya se quemó una vez cuando era pequeña y era una experiencia que no quería repetir.

Había ido hasta la parte baja del pueblo cuando se detuvo en seco. Tenía que intentarlo, necesitaba haberlo.

Cuando entró por la puerta de atrás del cementerio, iba jadeando. Dieciocho años y no podía ni dar una carrera de dos minutos, era patético.

Elena lo habría hecho en un abrir y cerrar de ojos. Pero ella no era Elena.

El cementerio era un lugar muy grande y estaba construido con piedra. Tenía muchos árboles y en la parte de atrás se disfrutaba de vistas a la montaña. Era un lugar bonito a pesar de lo que significaba.

Fue atravesándolo despacio hasta que la vio. Notó como se le aceleraba el corazón, y esta vez tenía claro que no era por la carrera de antes.

¿Qué le pasaba? Ella nunca había reaccionado así ante nadie. Se sentía tonta, como si fuese una niña pequeña deseando el dulce que menos le convenía

Estaba sentada frente a una tumba y gesticulaba. Todavía tenía el pelo alborotado, más corto que las otras chicas del pueblo. Qué tía más rara. Pero ahí estaba Natalia, que había corrido por todo el pueblo para encontrarse con ella tras sonsacarle a la amiga de su hermana quién demonios era. Tampoco es que ella fuese la persona más normal del mundo, visto así.

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now