Capítulo 23

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Se quedó un rato largo sentada delante de la tumba, en silencio, disfrutando de la sensación de paz que le daba estar cerca de su hermana. Sentía que ella le daba fuerzas y que la protegería de todo. Elena seguía viva dentro de cada persona que la quería, y así iba a ser siempre.

—He de irme, Elena. Volveré pronto, te lo prometo, pero tengo que intentar solucionar esto de alguna manera —dijo Natalia poniéndose en pie—. Te quiero.

Estaba a punto de marcharse cuando algo le hizo dar se la vuelta y acercarse al poste de las esquelas. Y ahí estaba, justo en el lugar donde el otro día ella puso la suya.

NADIE PUEDE AYUDARME, NATALIA. ES DEMA SIADO TARDE. ESTOY SOLA EN ESTO. ADIÓS.

La calma que había sentido minutos antes había desaparecido.

¿Cómo que era demasiado tarde? ¿Demasiado tarde para qué? ¿Por qué demonios se empeñaba en creer que no podía ayudarle? Era cierto que había estado sola mucho tiempo, pero ya no iba a estar sola y tenía que darse cuenta de una vez. Ella no iba a rendirse tan fácil mente.

De repente le vibró el bolsillo y vio un mensaje nuevo de María:

¡Natalia, creo que tengo algo! Mi madre me ha dicho que una amiga suya ha visto a Alba salir y entrar varias veces de una casa que está situada a la derecha de la suya. Dice que está segura de que es la muchacha que siempre va sola por ahí y se pasa el día en el cementerio. Es la calle que está justo enfrente de los establos del señor Ramón y es la cuarta casa empezando por la izquierda. ¡Espero haberte sido de ayuda! Ve con cuidado, porfa. Un beso.

¡No podía creerlo! Sintió la necesidad de darle las gracias a su hermana. No sabía muy bien por qué, pero era como si ella le hubiese iluminado el camino con la luz que siempre había desprendido cuando estaba viva.

¡Mil gracias, María! ¡Me has ayudado muchísimo, eres la mejor! Un beso.

Cogió el camino a casa y corrió como si no hubiese un mañana. Por una vez, su necesidad de llegar se ante puso a su pésima forma física, aunque cuando llegó a la puerta de su casa, jadeando como si fuese a dar su último aliento, se arrepintió un poco de haber forzado tanto la maquinaria. ¡Pero no había tiempo! Fue directa mente al garaje para ahorrarse una buena tanda de preguntas que en ese momento no podía responder. Ya habría tiempo para eso. Cogió la bicicleta y el casco de su padre y puso rumbo a los establos.

Los establos del señor Ramón estaban situados en uno de los confines del pueblo. Era una enorme explanada y allí había montado dos establos y una pista de equitación. Justo delante había una fila de casas. María le había dado indicaciones de dónde estaba la casa de la madre de su amiga y, menos mal, porque, como pasaba con casi todas las casas del pueblo, estas eran prácticamente iguales, salvo en algunos detalles que los dueños ponían para distinguirlas y darles su toque personal.

La cuarta empezando por la izquierda. Se paró delante de una casa que tenía muchísimos maceteros en el balcón del piso de arriba. Cualquier día de esos el balcón vencería y todo se vendría abajo. Continuó tres casas más y se detuvo. Bajó de la bicicleta y la apoyó en el caballete.

Las persianas estaban medio entornadas y no parecía que hubiese nadie. Pensó en ir a preguntarle a la mujer de la casa si ella sabía quién vivía allí anterior mente, pero no quería darle más motivos para chismorrear. Por suerte no le hizo falta, porque justo salía un hombre dos casas más allá. Se acercó y educadamente le preguntó.

—Disculpe, ¿usted sabría decirme quién vive en esa casa de ahí? —preguntó ella señalando la supuesta casa de Alba.

—Pues lo cierto es que esa casa es de un hombre, pero actualmente vive en Suiza. Al parecer, tiene negocios allí y se compró esta casa para venir de vez en cuan do. Hará cosa de un año que no lo veo por aquí.

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now