Capítulo 18

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Necesitaba hablar con ellas. Necesitaba darles un abrazo y contarles cómo se sentía. En cierta manera, Marta y María se habían convertido un poco en la figura de su hermana. O al menos así quería que fuese. Se arrepentía mucho de no haber formado parte de la vida de Elena tanto como hubiera debido, de que no se hubiesen apoyado más la una en la otra y se hubiesen confiado sus miedos y preocupaciones, Así que quería tratar de enmendarlo de alguna manera, y ella sabía, ahora más que nunca, que su hermana seguía viva de alguna manera gracias a ella y a personas como María y Marta.

Dudó mucho si escribirles un mensaje o no, ya que la última vez la cosa no había ido precisamente bien. La verdad es que habían tenido mucha paciencia con ella. No era la primera ocasión en que Natalia se comportaba así, pero la última vez se había pasado de la raya. Al final se armó de valor y les escribió que quería verlas y que necesitaba hablar con ellas sobre algo importante.

Respondieron enseguida, y María le dijo que iban a estar en su casa las dos, que podía pasarse cuando quisiera.

Unos minutos después, ya había llegado a casa de María. Marta vivía algo más lejos, aunque «lejos» en lenguaje de pueblo se traducía por diez minutos andando como mucho. María vivía en su misma calle, que tenía forma de U. La casa de sus abuelos estaba justo en el centro de la curva y la casa de Marta estaba bajando por el lateral derecho. Las dos estaban separadas por unas cuatro casas en total.

Desde niñas, siempre estaban las tres juntas y solían ir a casa de María porque tenía una buhardilla enorme donde jugar. Cuando eran más pequeñas jugaban a inventarse historias con los muñecos. Ya de adolescentes, se dedicaban a crear coreografías que ellas consideraban dignas de concurso, pero que a Natalia le parecían ridículas. Era lo único para lo que ella había subido allí. Las chicas le pedían siempre que subiera a ver sus bailes antes de mostrárselos a todo el mundo en el escenario que ponían en la plaza cuando eran las fiestas del pueblo. Hacían un concurso en el que participaban todos los años, sin excepción. Natalia pensaba que a ella le habría dado un infarto de haberse subido ahí a bailar delante de toda esa gente. Segura mente se hubiese desmayado en cuanto hubiesen pulsa do el play. Pero ellas no, las tres amigas bailaban convencidas de ser las reinas de la pista, como si la canción Dancing Queen de ABBA la hubiesen escrito pensando en ellas. Nunca habían tenido ninguna vergüenza, pero, desde luego, su hermana era la que menos tenía de las tres.

María abrió la puerta y, como si alguien la hubiese empujado por detrás, Natalia se lanzó a abrazarla. María le devolvió el abrazo y le acarició la cabeza. Sintió cómo se le humedecían los ojos.

—Perdóname por lo del otro día, sé que solo querías protegerme —dijo Natalia con la cabeza aún hundida en su hombro.

—Está todo olvidado, Natalia —le dijo María separándola de ella y limpiándole las lágrimas de las mejillas—. Vamos. ¿Quieres un café? Lucía está arriba, en la buhardilla.

—Sí, por favor, me vendrá bien. —Natalia siguió a María hasta la cocina.

— ¿Con leche, verdad? —preguntó María sacándola de la nevera.

—Sí. Muy caliente si puede ser.

—Vaya. —María rompió a reír—, Otra cosa más que teníais en común.

—Sí, bueno —dijo Natalia, también riendo: Las cosas frías, muy frías, y las calientes...

—Ardiendo—concluyó María—, Mujeres de contrastes.

María le tendió el café. Olía delicioso.

Subieron los dos pisos que conducían a la buhardilla. La recordaba más grande, aunque seguramente te nía mucho que ver el hecho de que la última vez que subió ahí tendría unos diez años.

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now