Capítulo 17

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Extrañamente, esa noche descansó más de lo que lo había hecho en los últimos días. Lloró hasta caer rendida, pensando en su hermana y en todo lo que debió pasar. No era capaz de hacerse a la idea de lo mucho que tendría que haber sufrido tratando de aparentar que todo iba bien, pero luchando contra esos demonios ella sola.

Se miró al espejo y se vio los ojos hinchados como si fueran dos peces globo. Apenas podía abrirlos y, desde luego, el tono rojizo que teñía sus córneas tampoco ayudaba a disimular nada. Se hizo una coleta alta, se puso una sudadera, unas mallas y sus deportivas más viejas. Le encantaba ir con ropa cómoda porque en cierta forma le daba la sensación de no haber salido de casa. Buscó en el cajón de la mesita y sacó sus gafas de sol. Eran de pasta, negras y lo suficientemente grandes como para tapar una gran parte de su cara. Las metió en la mochila y bajó las escaleras.

Miró por la ventana y vio que el coche de sus padres ya no estaba. Fue un alivio para ella. Por muy mal y ausente que estuviese su madre, no habría podido pasar por alto la cara de Natalia esa mañana, y habría tenido que enfrentarse a otra rueda de preguntas al estilo del FBI a las cuales ella no tenía ni fuerza ni ganas de responder.

No podía evitar seguir un poco molesta por la constante necesidad de sus padres de meterse en sus asuntos, pero, después de los acontecimientos recientes, se sentía culpable por haberles hablado así. Era normal que se preocupasen por ella, y más con todo lo que había sucedido, aunque Natalia odiaba sentirse como una niña pequeña a la que siempre tenían que proteger.

Pero sus padres no tenían la culpa de nada, y seguramente les destrozaría el corazón en mil pedazos saber lo que ocurrió realmente. Ella no podía permitir eso. Sus padres ya estaban sufriendo la más grande de las pérdidas y echar más leña al fuego no aportaba nada. Ya no había nada que se pudiera hacer.

Llegó quince minutos antes, así que se sentó en un banco que había justo en la acera de enfrente a esperar. Sacó las gafas de sol de la mochila y se las puso, esperando que Alba no se diese cuenta de que llevaba gafas estando nublado.

Había dos pájaros jugueteando justo a sus pies y se quedó mirándolos. ¿Qué pensarían? ¿Tendrían miedo? ¿Qué sentían cuando veían acercarse a las personas, esos seres infinitamente más grandes que ellos? Seguramente ellos no tendrían miedo, porque disponían de alas, unas alas para salir volando de cualquier situación que los asustase. Eran libres. O eso creía. ¿Qué sabía ella? Desde luego, poca cosa.

Trataba de pensar en qué cosas sabía ella de Alba. ¿De dónde era ella? No lo sabía. ¿Alguna vez le había hablado de su familia? No, nunca. ¿Sabía algo más de ella además de su «afición» de ayudar a las almas perdidas? Realmente no.

Lo único que conocía de Alba era que algo de ella le hacía sentir como en casa, pero ¿podía estar segura de eso si realmente no la conocía? Podría ser que Marta y María tuvieran razón, e igual no debía dejarse llevar ciegamente por lo que sentía sin saber primero dónde se metía. Pero esa corriente...

—Hola —dijo Alba

Natalia dio tal brinco que los pájaros salieron volando como alma que lleva el diablo.

— ¡Hola! No te he oído llegar, vaya susto —respondió, tratando de recomponerse.

—No pretendía asustarte, pero parece que se está convirtiendo en una costumbre —dijo ella sonriendo.

Su sonrisa en persona era mucho mejor que la que ella recordaba cuando no estaba con Alba. Realmente le parecía tremendamente atractiva, y sus ojos verdes seguramente habrían sido el lugar que ella habría escogido para refugiarse el resto de su vida si hubiese podido. Encontraba calma y sosiego en ellos, pero ahora no podía evitar ver también un abismo de preguntas sin resolver.

La chica de las mil almasOn viuen les histories. Descobreix ara