Capítulo 22

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Cuando María se marchó, estuvo un rato tratando de buscar medios para encontrar a Alba. Sus padres avisaron de que cenarían fuera, así que aprovechó para picar algo rápido y subió a la habitación para usar el ordenador.

Siempre se le había dado muy bien investigar, pero a Alba se le daba mejor esconderse.

Había llorado tanto ese día que cayó rendida en la cama. No recordaba haberse quedado dormida, pero ni siquiera se había puesto el pijama. Se despertó con la sensación de que el día anterior no había pasado, pero un mensaje de María en la pantalla la devolvió a la realidad.

Hola, querida. Espero que hayas podido descansar algo. Le he preguntado a mi madre si ella sabía algo de Alba (tranqui, no le he dicho el motivo ni nada) y, por desgracia, no ha podido decirme más de lo que ya sabíamos. Es como si fuese un fantasma :( Seguiré intentándolo. Un beso

Le dio las gracias por todo y bajó a desayunar. Eran las diez de la mañana y sus padres aún estaban dormidos, por lo que dedujo que habían llegado tarde. Mejor. A los dos les encantaba cenar fuera, y era bueno que salieran de casa para hacer algo más que la compra.


El cuerpo le pesaba y sentía que llevaba encima una mochila cargada de piedras. Todo le costaba mucho y solo tenía ganas de hacerse un ovillo y no volver a salir de la cama. Pero esa mañana se había levantado con un propósito. Hoy era el día.

Una hora después estaba ahí plantada, de pie y con el corazón a tres mil por hora. Era como si la hubiesen arrastrado hasta allí. No sabía ni cómo había llegado y de repente era como si se hubiese quedado congelada. Trató de relajarse y respirar hondo. Las pulsaciones le fueron disminuyendo, aunque seguía notando el martilleo en el pecho. Ya no había vuelta atrás. Nadie más podía ayudarle. Era la única persona en la que podía confiar.

—Hola, Elena —dijo mientras se sentaba justo delante de la lápida de su hermana. Le pasó la mano por encima como si la acariciara—. No sé cómo empezar, ¿sabes? —dijo con las lágrimas ya en los ojos—. Lo siento tanto.

Natalia rompió a llorar. Apoyó los brazos sobre la lápida y hundió la cabeza en ellos.

Estuvo un buen rato llorando sin decir una palabra. Había tardado tanto y tenía tanto que decir. Por fin consiguió serenarse lo suficiente como para dejar de balbucear y empezar a articular frases con sentido.

—Me haces tanta falta, Elena. No te imaginas cuánta.—Natalia tenía la vista clavada en sus manos—. Sé que no fui la mejor hermana del mundo y que discutíamos mucho, pero te quería muchísimo, Elena. Te quiero tanto... Siempre te querré y jamás nadie podrá reemplazar la luz que tú dabas a nuestra vida.—Las palabras salían de su boca como una cascada angustiada que ya nadie podía controlar—. Pienso en ti a todas horas, y María y Marta me han dicho que resulta que nos parecemos mucho más de lo que yo creía —dijo riendo mientras las lágrimas caían y se sonaba la nariz. —¿Quién nos lo iba a decir, verdad? Nosotras, que éramos como el yin y el yang, el día y la noche... Ojalá hubiese sabido entenderte mejor. Y ojalá yo me hubiese apoyado en ti más-dijo, negando con la cabeza—. Hay tantas cosas que no sabía, hermana.


Estuvo hablándole a Elena de la visita que hizo a casa del malnacido de Diego. De todas las cosas que había descubierto y también del blog. Le habló de todo lo que había encontrado en él. Y le contó entre sollozos lo culpable que se sentía por no haber sabido ver algo así, por no haber estado ahí para ella cuando más la necesitaba. Al final, le habló de sus padres y le contó que su padre solía preparar sus platos favoritos para que de alguna manera estuviera con ellos cuando comían todos juntos, como siempre.

Le dijo que sus padres habían sido más valientes que ella y que se habían enfrentado al hecho de que su hija nunca más iba a volver. Habían venido a verla frecuentemente y le traían flores bonitas, como el ramo de rosas que había justo encima de la lápida. Su madre se iba siempre al mercado a comprar esas rosas de color azul que a ella tantísimo le gustaban.

Le habló de Marta y María. De lo felices que eran juntas y lo muchísimo que la echaban de menos cada día que pasaba. También le contó lo pacientes que habían sido con ella y cómo la habían ayudado.

Y le habló de Alba. O al menos lo intentó. Ella sabía que su hermana la entendería. Que entendería las locuras que estaba haciendo y no la juzgaría.

-Tú luchabas por lo que querías, Elena, y yo siempre quise ser tan fuerte como tú -dijo Natalia acarician do la lápida-. No te rendías y hacías lo que hiciese falta. Eres la persona más fuerte que he conocido jamás y te manchaste luchando por recuperar tu vida. Luchaste hasta el final como una verdadera amazona.

Natalia suspiró y se secó las lágrimas de nuevo para seguir hablándole.


—No sé si estoy haciendo lo correcto, ¿sabes? —confesó mirando al suelo—. Solo sé que el corazón me dice que tengo que hacerlo. Ya te he perdido a ti. Ya he llegado tarde una vez —dijo sollozando—. No puedo volver a hacerlo de nuevo. —Miró directamente al nombre grabado de su hermana como si le estuviese mirando a los ojos—. Dime que hago lo correcto. Dime que no estoy cometiendo un error, por favor. Las lágrimas caían por sus mejillas como si compitiesen unas contra otras en una carrera hasta su barbilla.

Entonces bajó ligeramente la mirada. Se quedó allí sentada sin saber qué estaba esperando exactamente que ocurriera. De repente alzó la vista. No daba crédito. A una de las rosas empezaron a caérsele los pétalos uno a uno, cayendo sobre su regazo. Las rosas eran frescas, no debían de tener más de tres días. Todas las demás estaban intactas y no hacía viento.

Eso fue todo lo que necesitó. La sensación de paz que sintió era indescriptible. Era como si una parte de ella hubiese vuelto a cobrar vida y a funcionar. Elena era esa parte. Ahora estaba con ella y Natalia lo sabía.

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Espero que os guste <3

gracias guapes:)

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now