Capítulo 21

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Natalia se pasó toda la comida ausente. Tenía la cabeza en un lugar perdido, muy lejos de allí. No podía contarles nada a sus padres. Ellos creían que había estado en el río toda la mañana, así que simplemente les dijo que había tenido un bajón y que necesitaba estar sola. Les besó en la mejilla y subió a su habitación.

Le escribió a Alba un nuevo mensaje:

Alba, he estado en tu pueblo. Sé lo que ocurrió y lo duro que debió ser para ti. Por favor, te lo suplico, háblame.

Pulsó la tecla de enviar con un nudo en el estómago y se tumbó en la cama a esperar. Miraba al techo, pero realmente no lo veía. Veía a su hermana. A sus abuelos. Esas cenas en familia disfrutando todos jun tos. Las peleas con su hermana cuando no conseguían ponerse de acuerdo. Veía a Alba, sola. La imaginaba en aquella casa austera y pequeña. La imaginaba caminando sola por el mundo sin nadie a quien recurrir y volvía a estallar el llanto.

Ella había perdido a su hermana. Pero Alba lo había perdido todo. Y Natalia no quería perderla a ella. Se había arrepentido miles de veces desde que Elena se fue de no haber hecho las cosas mejor, de no haber estado ahí para ella tanto como debería, de no haber aprovechado el tiempo. Ahora se había dado cuenta de que le quedaban sus padres y que debía aprovechar el tiempo con ellos, disfrutarlos y superar esto con su ayuda. Ella misma había creído que la mejor manera de llevar las cosas y de sanar su dolor era hacerlo sola y aislándose. Y gracias a sus padres, a María y a Marta, pero, sobre todo, gracias a Alba, se había dado cuenta de que eso no era así. Que hay que aprender a superar el dolor y enfrentarte a él, pero que es bueno compartirlo con la gente y apoyarse en la gente que te rodea.

Notó la vibración del móvil y se le paró el corazón:

NO TE METAS MÁS. NO ES ASUNTO TUYO, DÉJAME EN PAZ.

Cada palabra fue como una bofetada que le atravesaba el rostro. Dejó caer el móvil de sus manos. Ella solo intentaba ayudarla. Solo quería que confiara en ella. Y lo único que había conseguido era alejar de ella a la única persona que le había hecho sentir.

Unos golpes en la puerta la despertaron.

—Cariño, ¿estás bien? —preguntó su madre abriendo ligeramente la puerta. Te he estado llamando des de abajo y no contestabas.

—Eh... -Natalia trataba de abrir los ojos—. Sí, mamá, perdón —dijo entre bostezos—. Me he quedado dormida. No he dormido muy bien estas últimas noches y parece que mi cuerpo no ha aguantado más.

Su madre se acercó a la cama y se sentó en uno de los lados.

—Es normal, cariño. Son muchas emociones —dijo su madre acariciándole la cabeza. Y, aunque no te lo creas, tú siempre has sido como yo. Eres muy sensible y sientes mucho las cosas. Y tratar de guardarlo dentro al final nos pasa factura.

—Tienes razón, mamá —reconoció ella con la cabeza apoyada en sus piernas—. ¿Por qué me llamabas? ¿Necesitas algo? —preguntó.

—Era para decirte que tu padre y yo nos vamos a la ciudad. Han venido unos amigos que viven fuera y, bueno, hace mucho que no los vemos y nos vendrá bien despejar la cabeza —dijo su madre más para ella que para Natalia—. No creo que lleguemos para cenar, pero te iré avisando. —La besó en la frente. ¿Estarás bien? ¿Quieres venir?

—No, estaré bien. Te quiero, mamá —dijo Natalia.

Unos minutos después oyó la puerta de la casa cerrarse y el ruido del motor. Sentía un vacío dentro. Era como si alguien le hubiese quitado algo que debería estar siempre con ella, como esas cosas que, aunque no las necesites para vivir, hacen tu vida mejor cuando las tienes.

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now