Capítulo 24

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Natalia se sentía como si se fuese a desmayar. Respiraba como podía y le temblaban las piernas. Eso no podía ser cierto. Su corazón se lo decía. Alba jamás haría algo así, y ella habría apostado su brazo si hubiese hechos falta. Se repetía que Alba no era el monstruo que ella misma creía ser, y ella lo sabía, lo sentía...

—Eso no es cierto —dijo Natalia, intentando desesperadamente sonar tranquila.

—Sí que lo es. Si Marina está muerta es por mi culpa.—Volvía a estar de espaldas a ella, pero oyó cómo se le rompía la voz. Estaba llorando.

—No me voy a mover de aquí, Alba —afirmó Natalia más calmada—. Me quedo aquí contigo

Estaba tan al borde del agua que se estaba mojando los pies, pero no se atrevía a acercarse más a ella. Alba se dio la vuelta y la miró:

— ¿Cómo puedes quedarte aquí después de lo que te he dicho? ¿Es que no me has oído bien? ¡Sal corriendo! —Sonaba furiosa, pero tenía los ojos rojos y las lágrimas le caían por las mejillas-. Eso es lo que ha hecho siempre todo el mundo —dijo como para sí misma.

—Yo no voy a salir corriendo. No tengo nada de lo que huir. Pero, por favor, ven aquí conmigo. Háblame. Puede que no pueda ayudarte, pero prometo escucharte. Siempre se me ha dado bien. —Natalia le tendió la mano.

Tras unos segundos, Alba comenzó a caminar hacia ella. Estaba un poco alejada de la orilla, y ella podía ver el terror en sus ojos. Andaba cautelosa y despacio, como si se cerciorara de cada paso que daba. Finalmente le cogió la mano y salió del agua. Ella le sostuvo la mirada. Sus ojos jamás le habían parecido tan negros.

—No me tienes miedo.—Alba parecía sorprendida.

—No tengo motivos para tenerte miedo. —Natalia hablaba sosegada—. Estás empapado. —Le miró los pantalones que estaban chorreando, y la parte de debajo de la camiseta se le ceñía al cuerpo.

—Estoy bien, no tengo frío.

Se sentaron cerca de la orilla, en unas rocas que estaban al sol. Con suerte, la ropa se le podría secar algo antes de que cogiese un resfriado.

—He hablado con mi hermana esta mañana, ¿sabes? —le contó Natalia intentando tranquilizarla un poco-. Ha sido reparador. La siento conmigo. —Todo lo que decía era verdad. Sabía que su hermana estaba con ella y que la estaba ayudando en toda esta locura.

—Se te ve en paz —dijo Alba después de un breve silencio—. Me alegro mucho por ti, Natalia, te mereces ser feliz. Y tu hermana también lo necesitaba.

—Tú también te mereces ser feliz, Alba. Y haré todo lo que esté en mi mano para que así sea—afirmó poniendo su mano sobre la suya—. Estoy aquí para ti. Puedes liberarte de esta carga, la llevas encima desde hace mucho tiempo —dijo, al tiempo que le limpiaba una lágrima y le alzaba la cabeza para encontrarse con sus ojos.

Esos ojos. Esos ojos verdosos que habían empezado todo. Que la habían arrastrado hasta ahí. Que le habían parecido tan desconocidos, tan extraños, tan llenos de secretos y que por fin empezaban a mostrar la luz que albergaban.

—Todo fue por mi culpa, Natalia —dijo al fin, con la mirada pérdida—. Yo debía cuidar de ella y no lo hice. Ella era lo único que me quedaba y no le protegí. Era mi deber.

Alba estuvo hablando un buen rato. Le contó todo lo que había sucedido en su vida. Le contó que sus padres fallecieron al poco de nacer Marina. Ella tenía once años y su hermana solo dos. Fue un accidente náutico; su barco se hundió. Desde aquel día, ella le cogió pánico al agua. Pero, al contrario que ella, su hermano adoraba nadar. Claro que Marina era muy pequeña cuando ocurrió lo de sus padres y no fue tan consciente como ella.

Se fueron a vivir con su abuela materna a la casa del pueblo, a la que ahora llamaban <<la casa maldita>>. Vivieron con ella cerca de siete años, hasta que falleció de causas naturales. Por aquel entonces, Alba tenía diecinueve años y Marina, nueve.

A Marina le encantaba ir a nadar y su abuela le había llevado a clases de natación. Después de lo de sus padres, Alba no había vuelto a meterse en el agua, ni si quiera en el río, y nunca aprendió a nadar bien del todo. Pero en verano solía llevar a Marina al río. Sabía que disfrutaba mucho y solo quería hacerle feliz.

Pero un día ocurrió lo que ella había estado temiendo todo ese tiempo. Marina siempre insistía en que le dejara tirarse desde la roca grande, pero Alba se lo tenía prohibido. Aquel día, Alba había quedado con unos amigos y le dijo a Marina que tenían que irse. La niña cogió un berrinche porque habían estado muy poco tiempo y se negó a salir del agua, sabiendo que Alba no entraría a por ella.

Alba terminó hartándose y le dijo que entonces se iría sin ella. Cogió las cosas y empezó a caminar hacia el bosque. Habían pasado unos dos minutos cuando vio que Mari a no iba detrás, así que volvió para echarle una buena bronca y decirle que estaba castigada. Cuando llegó a la orilla, comenzó a gritar incluso antes de procesar qué había pasado.

Marina se había lanzado desde la roca y estaba flotando en el agua, inconsciente. Alba estaba completamente paralizada. El agua era su punto débil, pero Marina la necesitaba.

En un impulso, se metió en el agua y comenzó a caminar hacia su hermana. Cuando empezaba a cubrirle, comenzó a sentir el pánico de nuevo, apenas podía moverse, Y entonces vio cómo la corriente comenzaba a arrastrar el cuerpo de Marina. Poco a poco se iba acercando a una de las cascadas que formaban los rápidos. Se le paró el corazón.

—Hice todo lo que pude, Natalia. Te lo juro —dijo sollozando. Se tapaba la cara con las manos—. Traté de llegar hasta ella, pero no pude. La corriente se la llevó y yo no pude alcanzarla. Debería haberla protegido y me fui. Lo último que le dije a mi hermana es que ahí se quedaba, que yo me iba. Eso no me lo perdonaré en la vida.

— Alba. Escucha. —Levantó su barbilla y le miró a los ojos—. No fue culpa tuya, ¿me oyes? Tú no podías saber que Marina iría a la roca. Lo tenía prohibido. Fue un arrebato para hacerte rabiar. Tú no podías intuir lo que pasaría.

—No llegué a tiempo. No pude nadar. Por mucho que lo intenté, no llegué. —Más que hablar, le imploraba.

—Ahora ya no puedes hacer nada por cambiar lo que pasó. La vida puede ser muy cruel, pero no tiene sentido mirar hacia el pasado. Ahora lo único que puedes es mirar hacia delante. —Natalia le hablaba tranquila, pero segura. En algún momento, le había pasado el brazo por los hombros y había empezado a tocarle el pelo con la otra mano— Has pasado por mucho, Alba. Es normal que te hayas aislado del mundo. La vida te lo ha puesto muy difícil, pero tú has sabido salir adelante. Ahora debes avanzar. Tú mejor que nadie sabes que debes hacerlo. Yo estaré contigo.

—¿Me lo prometes? —dijo Alba clavando sus ojos en los de ella.

—Te lo prometo —sentenció Natalia.

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Espero que os guste <3

gracias guapes:)

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now