Capítulo 14

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De camino a casa no podía dejar de pensar en su hermana, en su abuelo, en esa corriente de aire... Ojalá pudiese saber qué significaba aquello.

Se había dado cuenta de muchas cosas desde que Elena no estaba. Sobre todo, se había dado cuenta de cuánto necesitaba a su hermana ahora que ya no la tenía junto a ella. No podía evitar echarse en cara una y otra vez el no haberse dado cuenta antes de que fuese demasiado tarde. Había tantas cosas que quería contarle, y ya no podía hacerlo... A su parecer, nunca habían estado muy unidas, no se parecían en nada y apenas compartían cosas.

Natalia siempre había visto a su hermana como la mujer que ella nunca sería, con una vida perfecta y despreocupada y rodeada de gente que quería disfrutar de pasar el tiempo con ella. Y ahora se reprochaba no haber sido una de esas personas.

La realidad era que Natalia no quería estar cerca de Elena porque le recordaba continuamente todas las cosas que ella no era pero que la gente esperaba que fuese.

Veía en los ojos de sus padres la admiración por su hermana; en cambio, ella siempre se sintió como la oveja negra de la familia. Pero todo eso daba igual ya. Todas esas cosas le parecían tan ridículas ahora. Se la habían llevado y no quedaba nada de todo eso, solo quedaba ella intentando luchar por no resquebrajarse y sucumbir porque no tendría nunca más a una hermana con la que pelearse.

Se prometió a sí misma y le prometió a su hermana que se tragaría el dolor y se enfrentaría a lo inevitable. Pronto.

A las 17.20 estaba lista para salir de casa camino de la plaza. Seguía resultándole muy extraño quedar con María y con Marta sin estar su hermana ahí con ellas. Eso solo reforzaba la sensación de vacío, pero a la vez ambas conseguían rellenar una pequeña parte del vacío que había dejado Elena en su interior. María y Marta eran las personas que más habían compartido el tiempo con Elena y, seguramente, y muy tristemente, la conocieran mejor que ella misma.

Cuando llegó a la plaza vio a María y a Marta sentadas en uno de los bancos que estaban al fondo. La plaza del pueblo siempre le había parecido un lugar precioso, pero no solía frecuentarlo mucho debido a la gente que se agrupaba allí. Esa plaza era el centro del pueblo y el sitio donde todo el mundo se reunía con sus amigos o familiares a pasar el tiempo. Ella siempre había huido de esas cosas.

Era una plaza con forma de cuadrado y podías acceder a ella desde cualquiera de las esquinas. Había varios bares, una fuente enorme en el medio y los balcones solían tener macetas llenas de flores que la dotaban de mucho color y frescos aromas. Justo en el lateral derecho se levantaba el edificio del ayuntamiento.

Este era un edificio antiguo pero con mucho encanto. Tenía un reloj en lo alto y vigas de madera a lo largo de todo el balcón. El balcón a su vez se sostenía sobre unas columnas que creaban un espacio donde resguardarse del sol en los días calurosos y de la lluvia cuando el clima del norte hacía de las suyas. El banco donde estaban sentadas las amigas de su hermana era el más alejado de la puerta del ayuntamiento.

Natalia saludó con la mano y se encontraron en mitad de la plaza, junto a la fuente. María y Marta iban cogidas de la mano y Natalia se molestó al percatarse delas miradas furtivas que lanzaban algunas de las personas del pueblo

Como si María le hubiese leído el pensamiento, dijo:

—Es normal que algunos se escandalicen. Al fin y al cabo es un pueblo y gran parte de las personas que viven aquí es gente de la edad de nuestros abuelos y nos conocen de toda la vida. —Marta miró a María con cariño y sonrió— Pero he de decir, rompiendo una lanza a favor del pueblo, que son muchos más los que nos hacen sentir bien que los que nos hacen sentir extrañas.

La chica de las mil almasWhere stories live. Discover now