Capitulo 10

124 10 0
                                    

Comencé a buscar algo con lo que podía romper el cristal de la ventana o la cerradura de la puerta, pero nada servía... Desesperación me penetraba los huesos como el más frío de los inviernos. Ya comenzaba a alar mis cabellos nerviosamente y a respirar aceleradamente debido al poco espacio que me proporcionaba aquellla estancia. Justo en ese momento la puerta de la habitación se abrió dejando entrar el delgado cuerpo de Edgar, quien miro a mi alrededor con cara de horror para luego llegar a parar a mi persona y a un pequeño candelabro al que me había aferrado antes de lanzarlo a la pared.

-¡Pensé que ibas a descansar un rato! -me grito viéndose alterado.

-¿No te parece que seis horas inconsciente fueron suficientes? -le pregunté con frialdad. Me miro, sus grandes e intensos ojos azules se veían enojados y sorprendido a la vez, pero rápidamente cambió su expresión por una preocupada.

-¿Estás bien? -pregunto hacia mis manos, que, hasta ahora no me había dado cuenta, estaban sangrando.

-Sí, seguro que me he cortado cuando estaba en mi... Arranque de nervios... -dije sacudiendo mi cabeza y pasando el dorso de una de las ensangrentadas manos por mi sudada frente.

-Ven, déjame ver... -dijo acercándose decido a mí.

Antes de que pudiera siquiera pestañear ya tenía mis manos ente las suyas. Cargaba mis manos como sí cargará a un polluelo malherido, examinándolas y manchando las suyas con mi sangre al voltearlas para ver mis nudillos.

-Tendremos que vendarla... -fue su veredicto final. Dio un paso para alejarse de mí, dejando caer mis manos flácidamente.

Se encaminó hasta la puerta y se detuvo en el marco de la puerta y me hizo seña para que lo siguiera así que lo hice. Al salir me encontré con un pasillo de piedra del cual se sentía un frío que se calaba en tu interior, pero me refrescaba las raíces de los cabellos sudados. Edgar y yo nos encaminamos juntos por el pasillo, el con la mano izquierda en la parte baja de mi espalda gritándome a través del largo laberintos de pasillos. Cuando llegamos a la parte baja del enorme castillo, mis manos hormigueaban, claramente consciente del las heridas.

-¿Te duelen? -me pregunto Edgar en voz baja. Me observaba mientras yo miraba mis manos.

-Un poquito... -le respondí. Llegamos a una pequeña puerta cerca de la escalera y Edgar la abrió, dejando ver una pequeña enfermería, o eso se podía decir. El lugar era pequeño, tenía una pequeña camilla y una vitrina llena de botellas que parecía, y esperaba que así fuera, medicamentos y jeringas. Edgar se acercó a un gabinete que había junto a la vitrina y saco una gasa, algodón, un frasco de alcohol y cinta.

-Siéntate. -me ordeno organizando todos los utensilios en la alta mesita de hierro que había junto a la camilla. Camine sigilosamente y me senté en la camilla, dejando mis pies colgando por encima de la incómoda colchoneta.

Edgar trabajo rápidamente con los utensilios que la bandejita y se volteo hacia mí con un algodón en la mano. Sin advertirme ni nada, me paso el algodón lleno de alcohol por la mano, haciendo que mis manos ya hormigueantes, ardieran. Siguió pasando un algodón tras otro hasta que mis manos estuvieron limpias de sangre y se veían unas finas líneas rosadas, ahí donde estaban los cortes.

Luego tomo de la mesita, que estaba llena de algodones ahora manchados de mi sangre escarlata, la gasa y la tinta y me vendo mis magulladas manos cuidadosamente. Resultaba irónico que, después de aquella tortura con el alcohol, quisiera ser delicado.

-Así está mejor... -dijo admirando su obra sonando satisfecho. –Sera mejor que nos vayamos... -dijo y me ayudo a bajar de la camilla, sosteniéndome por los codos.

Perdida en Ninguna Parte (En edición)Where stories live. Discover now