Capítulo 36: Nada tenía sentido

339 13 2
                                    

Las hojas del pequeño árbol se movieron en cuanto las toqué otra vez. Tímidamente se agacharon. Como si tuvieran pena, como si no hubiera nada por lo que volver a ponerse erguidas de nuevo. Como si pensaran que nada sería igual. Que no serían valientes y que no seguirían nunca adelante.

Después de aquella llamada y de aquella reacción de las hojas, mi estómago empezó a dar vueltas y vueltas, mareado, como si algo que no quería que ocurriera pudiera pasar de un momento a otro. Y en ese justo momento, decidí que no era momento de quedarme allí parada sin hacer nada, porque algo estaba ocurriendo y no tenía ningún dato de lo que podría ser. Quizá era bueno, o quizá era malo. ¿Quién sabía en ese instante que podría ocurrir? Nadie. Lo que tuviera que ser, sería.

Corrí hacia la parada de autobús más próxima dejando atrás a la preciosa casa verde de la ciudad, con su árbol, como ella, único. Mis ojos, ya secos, no fueron capaces de derramar más lágrimas. La lluvia por fin cesó, aunque el cielo seguía tan negro como el carbón. Quizá lo peor aún estaba por llegar.

El autobús de la línea 24 no tardó en llegar y puse rumbo hacia el hospital. Estaba completamente vacío. Bueno, no completamente vacío, aunque había solo una mujer de probablemente unos 38 años sentada en un sillón que se encontraba en una esquina, llorando desamparada. Fue triste verla así, pero, ¿qué podía hacer yo?

Finalmente me senté en una silla alejada de la triste mujer y cogí el móvil con la intención de llamar de nuevo a John. Pensando que las cosas no podían acabar de esa manera y que quizá antes estuve marcando erróneamente su número y que todo había sido una confusión. Pero nada, el número que marcaba una y otra vez era el mismo, y era el de él. Estaba segura que era el de él.

Siempre el mismo mensaje de contestador que me comunicaba que su número ya no existía. Y eso no podía ser de esa manera. ¿Por qué quiso desaparecer así, sin dejar rastro ninguno? ¿Quizá se había cambiado el número para que no pudiera encontrarle nunca? Y si era así, ¿por qué lo había hecho? Por lo menos, me hubiera gustado despedirme de él si es que esa iba a ser su elección. No volver nunca más.

Me rendí de una vez por todas y me di cuenta de todos los mensajes que aparecían en la barra de notificaciones de mi móvil. Todos de Mike, Brad, Rory y Rose. Hasta mensajes de mi padre. Sí, de mi padre. No quería que él estuviera sufriendo por mí. Tampoco que mis amigos lo hicieran. Pero, ¿qué se suponía que debía hacer? Estaba confusa. Era como si nada de lo que estaba haciendo supiera por qué lo hacía. Solo sabía que lo que hacía era lo que el corazón me decía, y sabía que eso era lo mejor aunque tuviera que dejar cosas atrás. Ya les explicaría a mi padre y a mis amigos qué era lo que había ocurrido.

Mirando la pantalla del móvil, me di cuenta de que había dejado mi mente en blanco. Ya no pensaba en nada. No sabía adónde iba, adónde me dirigía exactamente. Porque, ¿de verdad sabes adónde estás yendo, si ni siquiera sabes por qué lo haces? Nada tenía sentido. Nada tenía sentido. Nada tenía sentido.

Por fin vi el hospital a lo lejos, aunque solo a un par de paradas hasta que me tocara bajar. La mujer que había estado llorando antes en un rincón ya había parado de hacerlo y me di cuenta de que estaba mirando a la nada, exactamente como yo lo había estado haciendo hasta hacía unos segundos. Notó que la estaba observando y me devolvió la mirada. Lo hizo y sonrió. Me dio una sensación de seguridad y de paz al verla sonreir que no podría expresar con palabras ese sentimiento. Me hizo recordar a mi madre. La echaba mucho de menos aunque no lo haya demostrado muy a menudo. Siempre ella me había guiado y creía que lo seguiría haciendo siempre.

Pasaron unos minutos y me asomé por la ventana para comprobar dónde me encontraba. Ya no faltaba nada para bajar. Me levanté de la silla y guardé el móvil en el bolsillo derecho. Me dirigí a la puerta y percibí que la mujer se levantó también y se dirigía hacia mí. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, y para mi sorpresa, me habló.

- Tienes unos dientes preciosos-me dijó; yo me sonrojé.

- Oh, muchas gracias-le sonreí de nuevo.

- ¿Vas al hospital?-me preguntó interesada.

- Pues... sí, eso creo. Aunque no sé para que si le soy sincera.

- ¿Cómo no vas a saber por qué vas al hospital? Siento entrometerme pero bueno, es que tu reacción me ha extrañado un poco.

- La verdad es que no. Me han llamado diciéndome que era urgente y que fuera a la planta 5.

- ¡Mira qué casualidad! ¡Yo también voy a esa planta! Si quieres te acompaño.

- Me parece bien.

El autobús paró y las dos salimos en dirección al hospital. Era bastante grande y tenía doce plantas. Quizá desde fuera parecía pequeño, pero cuando ya te encontrabas dentro, ¡eso era inmenso!

Pasamos todo el camino sin hablar y cuando finalmente llegamos y entramos por la puerta, me dijo algo de nuevo. No recuerdo exactamente qué, pero algo así como:

- ¿No crees que es todo muy extraño?

- Sí, pero bueno. Ahora veremos qué es lo que quieren de mí-le contesté.

Y ya no dijimos nada más. Subimos al ascensor y presionamos el botón cinco. Mucha gente estuvo entrando y saliendo hasta que el viaje llegó a su fin y la quinta planta nos esperaba, silenciosa y vacía de no ser por los enfermeros que se veían yendo y viniendo por los pasillos. Giramos una esquina y la mujer del autobús que me acompañaba se encontró con alguien conocido. Quizá un amigo o un hermano.

- Oh, diós, Lindsay. Pensaba que no llegarías nunca-dijo el conocido con lágrimas cayendo de sus ojos y con el rostro enrojecido.

- ¿Qué ocurre, Pete?-contestó la mujer, Lindsay, la del autobús, aterrorizada por lo que en cualquier momento podía escuchar.

- No sé cómo decirtelo pero... ha muerto,Lindsay, ha muerto-dijo el chico llorando aún más que antes.

- ¡No puede ser, no puede ser! Él tenía mucha vida por delante, ¿por qué ha tenido que ocurrirle esto? ¿Eh? ¿Por qué?-Lindsay no podía respirar y mi corazón palpitaba muy fuerte. No sabía que hacer. Nada tenía sentido.

Lindsay se apartó bruscamente de nuestro lado y fue corriendo por un pasillo muy largo. Imagino que lo haría con la intención de buscar a alguien, o a lo que quedaba de ese alguien. Yo no tenía otra cosa que hacer que seguirla e intentar calmarla, ya que su conocido, Pete, se había quedado atrás. Mi recado de ir a la habitación 529 podía esperar, así que correr detrás de ella fue lo que hice. Se detuvo justo delante de una puerta. Por su rostro, pude deducir que dudaba en abrir la puerta. Como si supiera que quizá al abrirla todo su mundo se acabaría, que se rompería en pedazos y no volvería a recomponerse nunca.

Llegué a su lado y ella se encontraba quieta, mirando al número pegado en la puerta. Lo miré y mis ojos se abrieron, sorprendidos. Mi corazón dio un vuelco, y mis brazos y piernas empezaron a temblar de miedo. Un miedo horroroso. Porque sí, aquella habitación que estaba mirando era la número 529.

Siempre a tu lado ©Where stories live. Discover now