Capítulo 37: Silencio

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Espacio.

Aterrizamos en el aeropuerto de Ibiza a las dos del mediodía. Justo a tiempo para coger un taxi e ir al hostal a comer. Todas las comidas estaban incluídas en el menú y la verdad es que era todo un lujo porque, a parte de barato, podíamos comer todo lo que quisiésemos en su buffet libre. El centro de Ibiza solo se encontraba a unos 20 minutos del aeropuerto.

Cuando salimos del avión, fuimos directamente a recoger las maletas. Todo el mundo estaba extraño conmigo, menos Rose, que me comprendía perfectamente. Nadie parecía entender por qué me fui a buscar a John. Ya sabéis por qué lo hice, era lo que el corazón me pedía. Nada podía detenerme. Mi corazón era el guía que me decía por donde ir, qué hacer.

No quise darle mucha importancia en aquel momento, pero sabía que las cosas no podían seguir así si nuestro plan era pasárnoslo bien en Ibiza. No de este modo. Lo que ocurrió ya es cosa del pasado y nada puede cambiar. ¿Por qué no podrán olvidar lo sucedido y ya está?

Veíamos pasar las maletas por delante nuestra, y cada uno cogió la suya. Menos Rory, que no sabía dónde podía estar la suya. Todas habían dado un par de vueltas ya a la cinta y ninguna de ellas le pertenecía. Fue un susto para él, porque claro: la maleta era lo único que tenía. Hasta que un joven de unos catorce años se acercó a nosotros y nos dijo:

- Perdonad, ¿es de alguno de vosotros esta maleta? Me la llevé por equivocación-tenía un acento argentino muy peculiar.

- Oh, gracias a dios que estás a salvo, mi pequeña-dijo Rory a la maleta; el niño lo miro con cara de "¿Cómo eres tan idiota?". Sí amigos, las maletas hablan.

- Eh... vale, de nada. Lo siento de verdad.

- Tranquilo, chaval-le contestó Rory simpático; el niño se apartó de nosotros y cogió esta vez su verdadera maleta. En ese momento, nuestro amigo se gira hacia Rose y le dice:

- Rosey, ese niño me quería robar la maleta-balbuceó con voz de niño pequeño.

- Anda, no seas tonto y dáte prisa porque tenemos que coger un taxi y esto ahora mismo se llena de gente y no habrá quien pille uno de ellos.

Rory gruñó un poco más, pero seguimos nuestro camino hacia fuera sin hacerle caso. El aeropuerto estaba bastante bien y era grande, a pesar de ser Ibiza caracterizada por ser una isla muy pequeña. Tuvimos una suerte increíble cuando salimos y vimos que un taxi, un precioso taxi estaba allí, vacío, esperándonos a que pisáramos un pie para iniciar el contador de minutos.

Nos acercamos, abrimos el maletero y metimos todos las maletas (¡aunque casi no cabían!). Entramos dentro del taxi, Mike delante y Rory, Rose, Brad y yo, detrás. El taxista encendió el motor y salimos enseguida de la zona. Parecía un sueño. Por las calles había muchos carteles diferentes de discotecas y de la famosa Ushuaïa. Bueno, mejor dicho de los deejays que pinchaban en Ushuaïa: David Guetta, Hardwell, Axwell e Ingrosso... entre otros.

Estuvimos en silencio. No solo porque la situación ya era difícil antes, sino porque el taxista conducía peor que mi abuela que tiene cataratas y estábamos más en tensión de lo que lo habíamos estado nunca. Creo que todos en algún instante nos preguntamos si de verdad íbamos a pagar al hombre ese. ¡Estuvimos a punto de estrellarnos más de una vez! ¿Es normal eso o no? En Inglaterra los taxistas son bastante más decentes.

Después de un buen rato de sufrimiento, 15 minutos exactamente (claro, ¡si el tío iba a toda ostia! ¿Cuánto iba a tardar sino?), llegamos al centro de Ibiza. Siempre había pensado que sería una ciudad llena de focos y luces iluminándose en los aires en plan Las Vegas pero no. También era por que era de día pero... no cuenta. La noche tenía pinta de ser igual.

Donde quizá la cosa se animara un poco más sería en el mismo puerto y en la zona del Ushuaïa, Amnesia, Pacha... También me hablaron muy bien del Dalt Vila, localizado en la parte alta de la ciudad. Se trataba del barrio antiguo, rodeado por una muralla que fue construída en el siglo XVI para proteger a la ciudad de piratas y otomanos.

Cuando el taxi paró al fin, nos dijo el precio del viaje. Nada más y nada menos que veinte euros. Una barbaridad. Y porque íbamos cinco, que si tuviera que pagar ese precio solamente una persona se queda pobre y no vuelve a montar a un taxi en su vida.

Le pagamos, salimos, y cogimos de nuevo las maletas. El silencio seguía reinando entre nosotros. Y era insoportable. Les guié hacia el hostal, ya que era la única que sabía donde se situaba y nos percatamos de que las calles del puerto estaban prácticamente vacías. Las únicas personas que las ocupaban eran algunos turistas y los trabajadores de varios establecimientos.

El hostal la Ocarina se encontraba justo al doblar una de las esquinas de la Calle Barcelona. Rose y yo nos miramos y nos sonreímos, íbamos al frente; los chicos detrás, aún en silencio. Estábamos en Ibiza. Un lugar al que había deseado ir siempre. Un lugar en el que podría salir todo lo que quisiera de fiesta sin que nadie me vigilara. Un viaje sin padres. Sin obligaciones. Libre.

Entramos y una chica joven, sonriente, con una dentadura radiante, nos recibió con los brazos abiertos.

- Bueno, bueno. ¿Quiénes sois vosotros?-dijo, como había imaginado, con una sonrisa.

- Somos Lina, Rose, Rory, Brad y yo, Mike. Las habitaciones están puestas a nombre de mis padres, los señores Peterson-afirmó él.

- Exacto. Aquí os tengo fichados. Yo me llamo Susana. Estas son las tarjetas que utilizaréis para abrir las puertas de las habitaciones, tenéis una para cada uno. Una mujer irá cada mañana hasta a vuestras habitaciones hasta que os vayáis para cambiar las sábanas, toallas, etc. Si tienen algún problema me lo pueden comunicar bajando a recepción o desde el teléfono del que disponéis en vuestras habitaciones. Espero que disfrutéis mucho de esta visita y de la estancia. Ibiza es un gran sitio.

- No lo dudamos-aseguré yo.

Susana se alejó de nuestro grupo y nos dejó solos para que fuéramos directos a nuestras habitaciones. Al final Rose y yo dormiríamos en una habitación y los chicos en otra. Así sería mucho mejor. Habían cosas de las que Rose y yo teníamos que hablar.

Subimos arriba mi amiga y yo. Nuestra habitación era la número 12, la de los chicos la 16. Entramos a ella y dejamos las maletas debajo de las camas, ya que lo primero que haríamos sería comer y no las necesitaríamos.

Salimos de la habitación y nos topamos con los chicos, que también salían justo en ese momento. Mike me miró fijamente, sonrió;la primera sonrisa del día, y dijo:

-¿Qué? ¿Preparadas para descubrir las entrañas de Ibiza?

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¡Solo quedan tres capítulos de Siempre a tu lado y el epílogo! Esto se acaba ya...
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Alec Bray.

Siempre a tu lado ©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz