Cinco

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Rygel y Andrómeda observaron a Galathéia seguir en lentos pasos a Marseus, intrigada, hasta que decidió tomar su propia ruta para continuar explorando la isla

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Rygel y Andrómeda observaron a Galathéia seguir en lentos pasos a Marseus, intrigada, hasta que decidió tomar su propia ruta para continuar explorando la isla.

Con cada paso, Rygel se alertaba más, y tuvo que detener a la bruja de que siguiera explicándole que no existían nereidas en el cielo —y en realidad, en ninguna parte en los tres reinos—, y apuntó a lo lejos a la guardiana de Wölcenn.

—Oye, ¿deberíamos dejar que vaya por su cuenta?

Andrómeda la vio caminar y detenerse para observar cada lugar que le parecía completamente nuevo, y se encogió de hombros.

—Pues sí. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Se me hace muy inofensiva...

—¿Al menos saben cuál es su don? —reclamó el rubio, pensando que tanto Marseus como el resto de la Primera Guardia no se tomaban en serio la llegada de la forastera.

La bruja entreabrió los labios a punto de responder, pero se detuvo.

—Esa es una excelente pregunta, ahora que lo mencionas... —Al oírla, el guardia y cartógrafo de Wækas no pudo evitar rodar los ojos—. Ay, de seguro no sea gran cosa, o no le sirva aquí en la isla. Ya lo habría usado para intentar escapar.

***

Galathéia estaba por cruzar el puente que la llevaría de vuelta al palacio, con la intención de encontrar ella misma al Rey Marseus, pero con cada paso, empezaba a sentirse tensa, como si se tratara de un mal presentimiento.

Volteó hacia todos los lados, asegurándose de que no era vigilada, y continuó un par de pasos más hasta volver a detenerse, porque la sensación de incomodidad persistía.

Entonces escuchó algo en el agua moverse, y con temor de voltear, estaba casi segura de que de la superficie sobresalía una aleta gris, y tragó saliva.

No era posible que un tiburón pudiera llegar hasta el puente para destrozarlo y a ella también... ¿o sí?

Sabía que era el momento perfecto para correr con todas sus fuerzas hacia la entrada del palacio, mas, su cuerpo le jugaba en contra, impidiéndole moverse.

Con la mirada fija en la aleta, su corazón latió a mayor velocidad en cuanto el tiburón empezó a sacar el resto de su cuerpo, y antes de que pudiera ver su cabeza, una extraña y aguda voz resonó en su mente.

¡Hola, Galathéia!

La guardiana dejó escapar un grito tan alto, que provocó que muchas de las aves que descansaban en los puentes o techos de las casas salieran volando.

Bajó la voz cuando al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que estaba viva, y como si su cuerpo al fin le diera permiso de poder moverse, se aproximó hacia la baranda del puente.

Parpadeó un par de veces, como si no pudiera creérselo. Frente a sí misma había un tiburón, en efecto, pero este se veía muy pequeño, y al fijarse en sus brillantes ojos, pensó incluso que era muy tierno.

Almas de cristalWhere stories live. Discover now