✟CAPÍTULO 10✟

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— ¿A qué se debe esta visita? — inquiero, restando importancia a la situación

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— ¿A qué se debe esta visita? — inquiero, restando importancia a la situación.

Gabriel suelta una leve risa mientras cierra la puerta a sus espaldas, acercándose a mí con pasos lentos. Siento que el aire en la casa cada vez me ahoga más.

— En este pueblo no toleramos a los mentirosos, señorita Alex.

— Habéis asesinado a una mujer — respondo nerviosa al notar que su cuerpo está encerrándome contra la mesa de la cocina.

— No permitimos que nadie falte al respeto a la palabra de Dios — bufa apretando la mandíbula.

— Usted es el primero en faltar a la palabra de Dios, con todo respeto. No lo vi rezando cuando me pedía que le comiese la polla.

— Cuidado con esas palabras — gruñe señalándome con el dedo.

— Es más — insisto sin bajar la cabeza —, posiblemente aún tenga las babas de la monja en su... — Doy un grito ahogado cuando Gabriel lleva su mano a mi boca y se agacha para acercar su cara a la mía.

— Pensé que había sido bastante claro con los castigos — susurra.

Siento el calor de su aliento golpeando mi mejilla y trato de zafarme de su agarre mordiendo su mano. Me responde con una sonrisa y da un paso atrás, sin apartar sus ojos de los míos.

— Debo ser más indulgente con los castigos — insiste —. Me gusta que la gente en el pueblo se sienta lo suficientemente cómoda para decirme que debería mejorar... — Vuelve a acercarse a mí, esta vez de forma más decidida, obligándome a sentarme sobre la mesa —. Así que, dígame, ¿qué no está siendo de su agrado?

Trato de respirar de forma calmada, sintiendo cómo un calor inunda mi cara. Entreabro la boca, dispuesta a soltar las palabras, como siempre he hecho, sin pensar, pero mi cabeza no busca la manera de hacerlo. Se me forma un nudo en la garganta que me ahoga cada vez más.

Gabriel lleva su mano a mis labios, acariciándolos con el dedo pulgar. Inconscientemente, abro más la boca, levantando la mirada para buscar sus ojos.

— ¿Sabe? Es curioso — susurra con una voz áspera —, sé que todo lo que tenga que ver con nosotros dos está mal, pero ver la reacción de su cuerpo cada vez que me tiene cerca hace que no me importe en absoluto saltarme cualquier norma.

Aparta su mano de mi cara y la lleva a su cuello, sacando una cuerda con un crucifijo de metal colgando de ella.

— ¿Qué cree que hay después de la muerte? — inquiere.

— Nada — digo con un hilo de voz, observando cómo acaricia la cruz en su mano.

— ¿No tiene nada que la mantenga con ilusión en esta vida? Quizá para usted no lo sea, pero para nosotros, nuestras creencias, es lo que nos mantiene con ilusión.

LAZOS PROHIBIDOS © COMPLETAWhere stories live. Discover now