✟CAPÍTULO 28✟

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No sé cuántos días llevo aquí encerrada

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No sé cuántos días llevo aquí encerrada.

No sé si estoy muerta.

No sé cuál es la parte de mi cuerpo que más me duele.

Las noches son mi momento favorito; no se escucha nada, la gente duerme, Diego y Susana duermen.

Tras intentar llegar a Gabriel, no he comido más que fruta podrida, vomito todos los días, me duele la garganta, las manos, las piernas.

Me siento en la cama y levanto la camiseta que me cubre hasta medio muslo, tengo marcas por todo el cuerpo. Odio mi cuerpo y me causa repulsión ver en lo que me estoy convirtiendo.

A veces recuerdo cuando llegué aquí, cuando conocí a Gabriel y mi mayor preocupación era pensar que iba a tener que ir a misa.

Luego recuerdo cuando escapé, y pensé que al volver podría intentar averiguar algo sobre María, pasar esto de forma tranquila.

Lo que no recuerdo es el momento en el que tomé las fotos. Quizá mi cabeza ya estaba diciendo que no venía a trabajar, quizá yo sabía que no iba a hacerlo.

Vuelvo a envolverme en la manta cuando escucho la puerta crujir. He aprendido a diferenciar los pasos de todos los que entran aquí; estos no los conozco y me preocupa.

Hago el amago de rezar para que no sea otra paliza, los guardias se han turnado durante noches para hacer conmigo lo que querían, con Diego siempre riéndose tras ellos.

Una sombra aparece en el umbral y trato de parecer dormida. Camina despacio tratando de no hacer ruido. Me van a matar, al fin ha llegado mi momento.

Cuando está lo suficientemente cerca, diferencio la figura de la monja frente a mí, con un parche tapando su rostro. Abro los ojos y trato de hablar, pero me tapa la boca antes de poder decir nada. Mi corazón late sin ningún control, queriendo salir del pecho.

Me hace una señal para que la siga.

Y aunque dudo, no tengo nada que perder. Camino a su lado, me da su hombro para apoyarme y me lleva por la parte trasera de la cabaña, dando un rodeo enorme.

No tardo en darme cuenta de lo que quiere. Me está llevando donde tenían a Gabriel.

Gabriel puede estar vivo.

Se queda completamente quieta, escuchando, y me hace un gesto para que vaya en silencio. Me concentro en usar todas las fuerzas que me quedan para mantenerme de pie.

Saca una llave de debajo de la capa y abre la puerta. No entra, pero me indica que entre yo.

¿Otra estupidez hacerle caso? Quizá, pero lo hago.

Al cerrar la puerta a mis espaldas, siento cómo las piernas me tiemblan. Me acerco despacio al fondo de la cabaña, y veo la sombra que vi hace días.

— Gabriel — susurro.

LAZOS PROHIBIDOS © COMPLETAWhere stories live. Discover now