Teatro de la oscuridad

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Teatro de la oscuridad



—Un poco más abajo —jadea.

Raúl se relame los dedos antes de seguir, concentrado en la próxima embestida. Es difícil mantener el ritmo en un sitio como ese, de hecho hasta le cuesta seguir cachondo. Los lugares públicos dejaron de resultarle morbosos cuando pasó la veintena. Durante su adolescencia disfrutaba con el poder ser descubierto en algún probador del Corte Inglés, o le ponía la idea de que hubiese gente esperando para entrar en el baño de cualquier discoteca mientras él se lo montaba con alguna chica que acababa de conocer, pero llegó un momento en que el olor a desinfectante de los centros comerciales o el meado que pisaba en los retretes de los garitos le resultaban tan vomitivos que casi ni se le levantaba. Pasada la treintena su ideal siempre ha sido una buena cama. Primero porque se ha vuelto un maniático de la higiene, y luego porque es mucho más cómodo todo pero de lejos.

La mujer reprime un gemido, lo último que quieren ambos es que alguien les pille. A ella le encantan ese tipo de cosas: follar en un parque por la noche, aparcados en algún sitio de voyeurs, en el baño de los restaurantes. Cuando hay gente alrededor siempre se corre antes, aunque eso no significa que lo haga pronto, porque le cuesta horrores. Lleva un buen rato dale que te pego, otro tanto más masturbándola, pero él ha tenido que ponerse a pensar en la lista de la compra porque como se concentre en lo que está haciendo no va a durar ni dos minutos más. Y cómo le cuesta, ha estado a punto de irse tres veces, pero afortunadamente ha podido contenerse. No está claro que lo logre una más.

A ver, que tampoco le importa que tarde, pero todo se disfrutaría muchísimo más si no se encontrasen en un puto cuarto de la limpieza. La sola idea de estar con la polla fuera en un sitio lleno de polvo y productos químicos le produce náuseas. En más de una ocasión lo han llamado exquisito, pero no tiene nada de maniático el no querer terminar con una puta infección.

Ahora es él quien gime, se va a correr. No puede aguantarlo más, llevan dos semanas sin echar un puto polvo y la tía se ha dedicado a calentarlo durante los últimos días hasta convencerlo para meterse en ese puto armario, lo que todavía no entiende es cómo ha podido frenarse las otras dos corridas. Será que la hilera de limpiacristales que tiene enfrente no ayuda mucho a recrearse en la escena. Cierra los ojos, está tan apunto que ni siquiera se siente capaz de manejar bien sus dedos, que ahora presionan el clítoris de la mujer con una rapidez totalmente aleatoria, sin llevar ritmo alguno. Aumenta el ritmo de las embestidas, la escucha ahogar un par de gemidos.

—Me voy a correr —le avisa, casi en un hilo de voz. Es que no lo puede soportar más, necesita sacarlo de una vez.

—Espera, espera un momento —pide ella, casi parece una súplica. Joder, de verdad que no aguanta más.

Intenta sosegarse, pensar en algo que le baje de nuevo. Los estropajos, las manchas de humedad, esa puta asquerosidad de recogedor lleno de polvo, las bolsas de basura. El cubo sucio, repleto de papeles y residuos de cartón que tienen justo al lado. Prueba con todo, pero perjura que no es suficiente.

Apoya una mano sobre la pared, al lado de la de ella, mientras que con la otra le sujeta por la cintura. Aumenta el ritmo de las embestidas, no es capaz de resistirse más.

—Me corro —gime, agachando ligeramente la cabeza. Ya no hay vuelto atrás—. Mierda.

El éxtasis llega en cuestión de segundos, ya es tarde para frenarlo, siente que explota dentro de ella, liberando toda la adrenalina. Su mente queda totalmente en blanco, aunque todavía se mueve dentro, intentando prolongar el placer aunque sea un poco más.

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora