Falsas costumbres

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Falsas costumbres


Raúl se lleva el vaso a los labios, terminándosela de un solo trago. El wiski tiene un regusto a madera que se adhiere a su lengua, siempre le ha gustado esa sensación aunque haga años que prefiera los gintonics. Un buen copazo a palo seco, sin embargo, es propio de noches en vela o épocas de estrés, las cosas serias se tratan sin mezclas. La verdad es que tienen buenas marcas en ese sitio, Fanny ha sabido invertir bien el dinero, para atraer a una clientela selecta hay que ofrecer productos a la altura.

El local está oscuro, tanto que él apenas puede verse las manos. La luz fluorescente, con ese tono entre el rojizo y rosado que se refleja con cierto aire infernal gracias a las cortinas borgoña, tiñe su brazo de un tono sanguinolento que recuerda a los viejos cuartos de revelado. La camarera, ligera de ropa, le echa un poco más en el vaso hasta que él la detiene con un gesto. La música lo invade todo, las bailarinas se retuercen en las barras justo a sus espaldas, aunque a él no le suscitan el menor interés. Ha visto esa imagen tantas veces que ya está vacunado contra el erotismo de burdel.

—Disculpa, estaba atendiendo a unos clientes.

La voz profunda de Fanny llama su atención, levantando la vista para toparse con los oscuros ojos de la mujer. Esta le hace un gesto a la camarera para que se marche, los negocios siempre se tratan en privado.

—Creí que ya no tolerabas las bebidas tan fuetes —se apoya sobre la barra, dejando caer su peso hacia delante. Fanny no necesita ir muy descubierta, lleva un vestido de lo más escotado pero ya está, es la dueña del local así que debe guardar ciertas formas—. Estás tomando mucho.

—De peores he salido más airoso —alza el vaso, fingiendo una media sonrisa.

—No viniste acá por la bebida —comenta ella, tamborileando sus largas uñas sobre la superficie de madera.

Lo mira fijamente, Raúl no aparta la vista. Sabe que lo está midiendo, se conocen desde hace tanto que es incapaz de contar los años, la mujer quiere leer a través de sus ojos, aunque ni para alguien como ella eso resulta del todo fácil. Raúl no es alguien fácil de descifrar, ha interpuesto tantos códigos que a veces ni él mismo se reconoce.

—Escuché lo de Silva —se separa de la barra, poniendo sus brazos en jarras. Lo mira como si fuese su madre, enarcando una ceja con gesto severo—. Fuiste tú, supongo.

Raúl se encoge de hombros, volteando ligeramente su rostro. Las bailarinas siguen en el escenario, encandilando con sus contorsiones a ese montón de idiotas con la cartera llena. Fnny es una experta en desplumar a pobres incautos.

—Le advertí que no jugase conmigo —le da un sorbo al vaso, volteándose de nuevo hacia la mujer—. No me hizo caso.

Fanny suspira con ese aire maternalista que la caracteriza. Los años le han sentado bien, o quizás haya sido el dinero, que nunca está de más para atravesar dignamente los cuarenta. Conserva su pelo negro, tan largo que nadie se explica cómo puede mantener esa melena, pero desde que va al gimnasio se le ha quedado una figura bastante decente. El acento lo conserva por aparentar, aunque a veces se le escapan unas expresiones madrileñas de cuidado, reminiscencias de sus más de veinte años ya en España.

Raúl tiene la vista perdida entre las botellas que hay tras la barra, intentando distinguir su reflejo rojizo entre ellas. El regusto a Whisky todavía late entre sus labios, pero se termina la segunda copa de un sorbo, sin apenas pestañear. Años atrás soportaba mucho mejor los efectos del alcohol, ahora se marea con mayor facilidad. No sabe si es la edad o la falta de costumbre, quizás es que se está volviendo un blando.

Giro de guionWhere stories live. Discover now