Flojos de pantalón

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Flojos de pantalón



Aurora siempre la caga, antes o después termina metiendo la pata con sus relaciones personales. En general, tampoco es que sus amigos puedan decir que sea la persona más dedicada del mundo, pero con ellos es otra cosa. A la chica le gustaría que todas las relaciones fuesen un poco como la amistad, tus colegas pueden enfadarse contigo porque has sido una gilipollas, pero al final si te quieren es porque algo ven en ti, aunque no aportes demasiado a la raza humana. En cuestiones sentimentales la cosa cambia, todo el mundo se vuelve insistente, egoísta, demandante. Te persiguen, atosigan y piden cosas sin parar, como estar atenta al teléfono móvil o coger las llamadas. Hacen de pasar un buen rato el asumir responsabilidades, por eso nunca termina bien con ninguno de sus rollos.

Cris está que echa humo, no ha parado de gritarle desde que se han visto. Lleva cerca de cuarenta y cinco minutos marcándose un discurso súper tedioso sobre no sé qué mierda del respeto. Como si ella no le tuviese respeto, pues claro que se lo tiene. Normalmente Aurora nunca acude a ese tipo de citas, rehúye lo máximo posible cualquier tipo de confrontación, esperando a que se calmen las aguas, o directamente decide pasar de la persona en cuestión borrándose del mapa. Lo de dar la cara no es para nada su estilo, si lo hace es porque de verdad aprecia a Cris y no quiere joderla, la chica debería tenerlo en cuenta pero como siempre, en las relaciones, la gente no va más allá de sus narices.

Lejos de sentirse mal o tener remordimientos de conciencia, Aurora se encuentra aburrida. El discurso que está escuchando ya lo ha oído en otras ocasiones, las circunstancias eran distintas, las palabras no exactamente las mismas, pero el mensaje a grandes rasgos nunca varía demasiado. Siente ganas de bostezar pero sabe que no debe hacerlo, quizás se pida otra cerveza para mitigar el soporífero momento que está atravesando.

—¿Puedes responderme, por favor?

La mirada furibunda de Cris se clava en ella. Aurora quiere contestar, en efecto, pero para ser sincera no tiene ni pajolera idea de lo que le estaba diciendo, ha desconectado hace bastante rato.

—No sé a qué te refieres exactamente —típica frase que utiliza siempre para no hacer demasiado evidente que ha pasado totalmente de la conversación.

Cristina pone los ojos en blanco, agitando la cabeza. Está consternada, pero Aurora tampoco llega a comprender por qué se lo toma todo tan a pecho. O sea, vale, debió haberla avisado y todo eso, contarle sus planes, pero no son una pareja, no tienen por qué darse explicaciones.

—Apagaste el puto teléfono —estalla—. Estuve intentando localizarte horas, hiciste que me preocupase por si te había pasado algo, ¿es que no te entra en la cabeza? ¿Cómo puedes ser así con las personas?

—No necesito que se preocupen por mí, Cristina. Si lo haces es porque te da la gana.

Su intención no ha sido sonar como una borde, pero el tema del paternalismo le pone muy enferma. Empezó a embolsar billetes con apenas cinco años, no necesita que la gente le dé lecciones de vida, ni que vayan detrás de ella como si fuese un bebé. Sabe perfectamente cómo desenvolverse por ahí, Cristina va de reina de los suburbios pero seguro que se caga encima cuando se queda por ahí sola de madrugada. Aurora nunca le ha tenido miedo a ese tipo de cosas.

La cara de Cris se desencaja en una mueca de disgusto, hay algo en su mirada que parece quebrado, sus ojos están vidriosos. Ve en ella lo mismo que observó años atrás con Pili, algo parecido a lo que ha visto en tipos con los que apenas ha cruzado media palabra antes de decir adiós. Es un gesto que anuncia el principio del fin. Aurora lucha internamente por sentir pena, pero no puede. No se alegra, pero le es bastante indiferente. Se lo pasaba bien con Cris, le daba tranquilidad, estaba a gusto, pero al final sucedió como con todo el mundo: no era más que un espejismo.

Giro de guionWhere stories live. Discover now