Ellos dicen mierda, nosotros amén

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Ellos dicen mierda, nosotros amén



Mara no es buena enfrentando las cosas, durante años pensó que sufría algún trastorno de evitación leve, pero su psicóloga le dijo que no era así, solo tiene un problema serio a la hora de acatar responsabilidades, cosa que le produce muchísima ansiedad. Siempre ha sido así, enfrentarse a la nota de un examen, tener que ir a entrevistas de trabajo o presentarse ante algún tribunal de evaluación le pone histérica. Todavía no ha llegado al foco del asunto durante sus sesiones de terapia, pero Aurora —y tantos otros que se lo han dicho— tenía mucha razón el otro día al comentar que no es muy normal eso de tener cero vergüenza para liarse a palos con la gente pero luego tener pánico a una tutoría.

Que a ver, tampoco es el concepto de la tutoría en sí, es tener confrontar a un tipo al que ha intentado hundir la carrera profesional, son cosas muy diferentes, los matices siempre importan en asuntos de esa índole.

Es que en verdad tampoco pensaba las cosas cuando las hacía, el capullo decidió cobrarse la vendetta a base de suspenderla y ella utilizó sus cartas como bien pudo. Es algo que siempre suele hacer, actúa y luego dice buah, pero qué movida, ¿no? Porque uno primero siembra los vientos y luego se caga encima cuando llegan las tempestades. Mara es mucho de eso, de pasar olímpicamente de las consecuencias hasta que llegan y le toca meterse media caja de Diazepam entre pecho y espalda. Pero bueno, va madurando, ahora incluso aprueba las asignaturas, que antes ni eso.

Lleva cerca de diez minutos frente al despacho del Cortefiel. Antes de ir se ha fumado tres cigarros seguidos, lo mismo si le da cáncer de pulmón la gente deja de molestarla con tonterías, pero también es un poco joven para morir de algo tan desagradable. Mira el rótulo de la puerta, 'A la sombra de la sierra' empieza a sonar gracias al modo aleatorio de su teléfono móvil, no es una canción que incite mucho a la guerra pero le recuerda al último festival al que fue y consigue relajarla un poco. Este año debería volver a ir, aunque sus amigas son unas muermas de la hostia que prefieren ir a sitios súper indies y bueno, arrastrarlas a un campo desértico en pleno Albacete dónde solo hay rastas y perroflautas es poco menos que misión imposible. Quizás con alguien del sindicato.

Respira profundamente, pausando la música, y se decide a llamar. Total, si consiguió dar aquel mitin hace dos meses delante de quinientas personas puede enfrentarse a un fetichista de las gabardinas.

—Adelante —escucha su voz grave desde dentro.

Ya no hay vuelta atrás, entra con cierto aire tímido que no le pega para nada. El Cortefiel tiene la vista pegada al escritorio, revisando algunos papeles. Apenas la alza durante un instante para indicarle que se siente con un gesto de cabeza.

Mara lo hace, en silencio. Se guarda los auriculares y espera pacientemente, como el reo ante su verdugo.

El Cortefiel es un tío que siempre parece de mal humor, nunca le ha visto reírse y a decir vedad tiene la sensación de que si lo hiciera, la alineación planetaria se saldría de órbita y todos se verían empujados a un agujero negro de caos y catástrofes naturales. Bueno, quizás esté siendo algo dramática, pero es que siempre le han dicho que tiende un poco a la exageración.

El tío sigue escribiendo como si ella no estuviese allí, lo que le resulta bastante desagradable. O sea que hable ya, coño. Pesado de los cojones que es el cabrón.

Giro de guionWhere stories live. Discover now