Queridos camaradas

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Queridos camaradas


La Irreverente se encuentra en una vieja fábrica de ladrillos abandonada, más allá de la M30. La suciedad en la que está sumido el edificio contrasta visualmente con todos los graffitis y punturas murales que lo van recubriendo, sin llevar un orden preciso ni una coherencia entre las distintas expresiones artísticas que se pueden ver a lo largo de toda la fachada. Algunas son pinturas más elaboradas, otras muestras cutres de arte urbano que no van más allá de una firma con algo de ingenio. También hay consignas políticas, mensajes varios y un gran panel de hierro dónde hay una advertencia para los policías que, de vez en cuando, se pasan por allí para desalojar a la gente.

Aurora no suele frecuentar ese tipo de ambientes, la militancia política es una cosa que le suena lejana, aunque las Elecciones Generales estén a la vuelta de la esquina y todas las televisiones anden pendientes de los nuevos partidos políticos que están tomando cada vez más relevancia en el panorama español. Pero es que a ella no le interesa en absoluto, la política es para viejos, o para gente que se enfada mucho, como Mara. Ella prefiere pasar de todo. Si total, viven en un país de gilipollas y eso no va a cambiar nunca, por mucho que la gente se conciencie.

—¿Por qué no te puedes fumar el piti dentro? —Le pregunta a Mara, que se encuentra a su lado. Ha decidido acompañarla, aunque por muy sindicalista que sea su amiga tampoco es carne de casas okupas.

La joven le dirige una mirada nerviosa, lleva así desde que han salido de casa. Mara es una persona súper ansiosa, en seguida se le ve cuando algo la preocupa, al principio Aurora ha pensado que se debía a la tutoría que tiene el lunes con ese profesor que le cae mal, pero luego ha entendido que debía haber algo más.

Mara fuma compulsivamente, tan rápido que es incapaz de asimilar el humo y empiea a toser como una loca. Siempre hace lo mismo si anda perturbada.

—Tía creo que me voy a ir —la mira de reojo.

—¿Pero qué coño dices?

—Tía, que me voy.

Mara se da la vuelta y empieza a andar, seguida por una Aurora que está cada vez más desconcertada. La toma del brazo, obligándola a detenerse.

—¿Te has metido setas o qué coño? —Le espeta, comienza a ponerle de los nervios tanta tontería.

—Tía es que no puedo entrar ahí —señala la puerta del edificio con la cabeza—. Es súper marronero.

Aurora alza las cejas, ahora sabe que hay gato encerrado, algo que Mara no le está contando y seguramente será alguna historieta últra melodramatizada de las suyas. Porque Mara tendría que haberse dedicado al teatro, tiene alma de vedette, si no monta un circo por cualquier tontería no es feliz. Como con su profesor el follable, todo el conflicto se basa en que no quiere asumir las responsabilidades de sus actos, pero ella cuenta la movida como si se tratase de una crisis internacional.

Su amiga se muerde el labio inferior, mira a varios sitios antes de sostenerle la mirada. Le encanta hacerse de rogar, eso también lo lleva muy a fuego.

—Tía, hay una cuestión ahí dentro.

Por supuesto, hace una pausa dramática porque qué sería de los guiones sin parones para la publicidad.

—¿Te acuerdas del pavo ese que conocí hace como un año? Con el que me lie antes de conocer a Jaime.

Aurora frunce el ceño, si no sabe ni con quién folló anoche todavía tiene menos capacidad para rememorar los ligues de sus amigas.

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora