La mala reputación

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La mala reputación




El calor de los focos, tres kilos de maquillaje empastándole la cara, las cámaras rodeándole, la ilusión de todo un mundo tras su espalda que solo existe en la primera pantalla. Ancianos seniles, babosos, con problemas de oído y dicción, aplaudiendo a destiempo cuando lo indica el animador, abucheando si sus ojos repletos de cataratas alcanzan a verlo en un cartel. Las tres horas de peluquería, los cambios de vestuario. El estrés de un guion que se escribe conforme avanzan las horas. La adrenalina de una buena raya de coca a tiempo.

Raúl sonríe ampliamente, mirando el objetivo de la cámara que tiene ante sí. Subido a la tarima de las noticias, con el último traje de Hugo Boss que se ha comprado y la barba recién recortada, enseña sus dientes blanqueados a un público que se lleva de calle todo el rating de la sobremesa. Amas de casa, ancianas y adolescentes de todo el país lo observan atentamente, tiene una noticia, una bomba que soltar, la cortina de humo para que todo el mundo prenda la televisión o les siga en streaming con el fin de saciar el suspense que lleva creando desde que ha comenzado la emisión.

A veces piensa que ha nacido para eso, que manipular las mentes de los incautos es su gran don y tener la sangre fría para que no le importe en absoluto una herramienta innata que le fue proporcionada para poder llevar a cabo su cometido. Es el rey de las marionetas, un as de las máscaras. El público solo es un simulacro para encargarse de los individuos. Allí él es el rey, quien maneja los hilos. Nadie escapa de su tercer ojo, ni tienen el valor para enfrentarse a él. Ha convertido a la televisión en su feudo y a esa panda de fenómenos que la pueblan en sus esbirros. El mundo es suyo ahora mismo y él lo sabe, así que se ajusta la corbata, carraspea para aclararse la garganta y señala con el dedo para que toda España se dé por aludida.

—Lo había anunciado —su voz suena clara, fuerte, imperante—. Alguien conocido, de una familia importante. Joven, guapo y exitoso.

Tras de sí hay una pantalla, frases llenas de impacto aparecen en ella, aumentando la tensión entre el público, que se muere por saber de quién está hablando.

—Un embarazo no deseado, señoras y señores —prosigue, moviendo las manos como si fuese un político. Y, en cierto modo, su trabajo es similar, ambos venden historias a la gente—. Un respetado miembro de la alta sociedad de nuestro país ha pagado una importante suma de dinero para que no se sepa que su hijo dejó embarazada a una chica. Hablamos de alguien muy importante, señoras y señores. De un icono de esta nación.

En su mente puede escuchar el redoble de tambores, aunque sabe que desde producción se habrán encargado de poner la música adecuada para que todo el mundo pueda escucharla en sus casas.

Hace una pausa dramática, cerrando ligeramente los ojos. Manipular, extorsionar, mentir, siempre ha sido su santísima trinidad. Uno no llega a nada en la vida jugando limpio, las reglas están para utilizarlas en favor personal, es lo que le ha hecho llegar dónde está.

Cuando abre los ojos voltea la cabeza, mirando la pantalla. La cara de Alonso de la Vega aparece, sonriendo junto a una muchacha rubia ante el letrero de Hollywood. La música empieza a retumbar por todo el plató, los ancianos tardan en obedecer las órdenes para ponerse a murmurar, el maquillaje empieza a dale demasiado calor con tanto foco encima, pero acaba de destapar un escándalo y España entera está en vilo.

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora