Naturaleza muerta

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Naturaleza muerta


—Llevo mucho tiempo detrás de ti para esto.

Raúl aprieta los labios, ha decidido hacer un paréntesis en sus cavilaciones personajes, dejando los problemas graves a un lado mientras centra la cabeza en negocios más livianos. A veces piensa que quizás ha terminado involucrándose tanto en ese trabajo porque le ayuda a evadirse del mundo exterior. Durante años vivió preocupado por un sinfín de cosas que le consumían mental y físicamente, pero el mundo de la farándula, tan frívolo como efímero, ejerce como salvavidas entre las turbulentas aguas que suele navegar.

—Te juro que lo he buscado por todos lados, pero no hay manera —la voz trémula de Steisy suena desde el otro lado del teléfono. Sabe que esa chiquilla le odia, pro en realidad se lo ha ganado. Sinceramente, no le guarda ninguna lástima—. Creo que Fran piensa irse con Eduardo y Aurora el próximo fin de semana, estoy segura de que les llevará el video. Te prometo que haré todo lo posible para encontrarlo.

—No quiero que me prometas nada, nena —responde el hombre con frialdad—, lo que quiero es que cumplas con lo acordado.

—Y lo voy a hacer, solo dame un poco más de tiempo.

—Si cuando empiece julio no tengo ese video puedes irte olvidando del contrato para el festival de Ibiza. Llámame cuando tengas algo importante, adiós.

Cuelga sin ningún miramiento, la histriónica voz de la chica, con ese tono dejado, mezcolanza entre lo pijo y arrabalero, propio de los nuevos ricos venidos arriba, logra que se le pongan los pelos como escarpias. No hay nada más vomitivo que los arribistas, le ponen enfermo. La familia de Steisy no tenía dónde caerse muerta hasta que el cateto de su padre comenzó a invertir en apartamentos turísticos por la costa de Alicante. Se forró a base de mutilar las playas para darle a los octogenarios ingleses un lugar dónde pudrir sus dentaduras postizas al sol. Creó todo un imperio que se vino abajo con la crisis económica, razón por la cual Steisy se gasta esos aires de diva que no tiene dónde caerse muerta. Hija de especuladores inmobiliarios sin escrúpulos, las peores parias de la sociedad.

Raúl tira el cigarrillo que estaba fumando, lleva media caja en tan solo una mañana. Ni siquiera sus trapicheos con famosillos de medio pelo logran apartar de su cabeza el tema de los anónimos. Que algo se le escape totalmente de las manos le parece intolerable, impropio de alguien como él. No sabe que se encontrará el viernes, y eso le perturba muchísimo.

—A ti te quería yo encontrar.

El hombre está a punto de soltar un bufido cuando reconoce la voz de Tina Latini, pero la mujer no ha venido a parlamentar. En cuanto la ex estrella de los ochenta lo toma por el cuello de la americana, abalanzándose sobre él como una maldita posesa, Raúl no sabe si maldecir la mala suerte que está teniendo desde hace unos meses o preguntarse si todo el jaco que se metió esa mujer de joven ha empezado a hacerle efecto casi cuatro décadas más tarde.

—Sabía que estabas detrás de todo esto —empieza a zarandearlo con fuerza, los ojos azules de Martina lo fusilan con la mirada—. No podías quedarte paradito, eh. ¡Contesta de una maldita vez! ¡No te quedes como un monigote!

Raúl la coge por las muñecas, intentando zafarse de ella. Puta psicótica de los cojones, lo último que necesita es que semejante vedette momificada le toque las pelotas.

—¡Eres un cretino! —Grita, empujándole hacia un lado—. Rata piojosa, pulgoso muerto de hambre...

—Latini llevas en España desde los dieciséis años, el melodramatismo de telenovela latina te queda un poco lejos ya —comenta él, intentándose alisar la chaqueta, aunque la muy bestia se ha la dejado para darle un par de planchados. Tendrá que llevarla a la tintorería.

Giro de guionWhere stories live. Discover now