Ay qué pesado

493 63 210
                                    





Ay qué pesado


David no es muy alto, mide cerca del metro setenta y ocho, Edu le saca casi dos cabezas. Tiene un buen físico, claro, es deportista profesional, sale anunciando gayumbos de Calvin Klein, cremas de afeitar y ese tipo de cosas a las que se dedican los futbolistas para poder pagarse alguna mansión en Miami. No es el tipo de hombre en el que normalmente se fijaría, si no fuese porque, por alguna razón, le volvió loco nada más conocerle. Ni siquiera habían intercambiado palabra alguna y Edu ya tenía unas ganas de follárselo que le parecían obra de magia. David siempre ha tenido ese efecto en él, una irremediable y tóxica atracción sexual que supera todas las barreras de su raciocinio. Jamás ha experimentado algo parecido con nadie más, aunque vistos los funestos resultados tampoco es que le corra mucha prisa.

David se quita el gorro y las gafas. Su pelo es negro, tiene los ojos enormes, oscuros, de pestañas tupidas y ojeras permanentes. No es un tipo extremadamente guapo, pero tiene facciones marcadas que le dan cierto atractivo. Además es una imagen pública, los millones que gana por temporada también son bien invertidos en que moje algunas bragas.

—¿Qué coño te pasa? —Le espeta, mirándolo con cierto reproche.

Eduardo se queda totalmente estupefacto, ¿cómo tiene los santos cojones de presentarse en su casa para reprocharle nada? Después de todo lo que le ha hecho, debería caérsele la cara de vergüenza. A menudo tiene ganas de liarse con él a puñetazos, aunque solo sea para desfogarse la rabia. Sin embargo, no piensa hacerlo, está muy por encima de ese tipo de cosas. Sin dignarse a responder, se acerca a la puerta, abriéndola de nuevo.

—Lárgate de aquí —le responde con frialdad.

La expresión del futbolista es todo un cuadro, tiene la cara desencajada debido a la estupefacción.

—¿Perdona? —Inquiere, algo violento.

—¡Qué te largues de aquí! —Brama Edu, totalmente fuera de sí mismo—. ¿Pero quién mierdas te crees que eres para jugármela como lo hiciste hace unas semanas y encima reprocharme nada? Vete a tomar por el culo de una puta vez.

David se acerca a la puerta, sacando la cabeza para asegurarse de que no hay nadie en el rellano. Luego la cierra tras de sí, pese a la oposición de Eduardo, que intenta hacer fuerza para impedírselo, sin éxito.

—¿Es que quieres que todo el puto edificio se entere de que estamos discutiendo? —El futbolista habla entre susurros.

Eduardo chasquea la lengua, acercándose a él. Le gusta alzar la barbilla, mirarlo desde arriba, aunque lo cierto es que esos momentos de valentía le duran bien poco, solo es capaz de ser tan valiente cuando el enfado le nubla todas sus inseguridades. Debe aprovecharlo bien antes de que empiece a bajar la guardia.

—Eso sería un problema, ¿no, David? ¿Qué diría la gente si se enterasen que el macho ibérico de nuestra generación se lo pasa de putísima madre lamiendo rabos?

—Por favor, Eduardo, no seas infantil —lo mira de arriba abajo con suficiencia, aunque hay cierto temor en su mirada.

—¿Sabes? —Edu comienza a pasearse por la estancia—. He pensado seriamente durante estos días. Ya que tú vas por ahí hablando de lo que no toca, quizás yo podría sacar algo de esta relación por una vez. No sé, costearme un máster en Estados Unidos o algo así, fijo que con un par de platós me da para el primer semestre.

Giro de guionWhere stories live. Discover now