Escuela de calor

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Escuela de calor


Mara respira profundamente, hacía tiempo que no estaba tan nerviosa antes de una cita. Los últimos tíos con los que ha quedado —aparte de Jaime, claro— eran personas que no le suscitaban más interés que pasar el rato viendo si podían ser potenciales polvos, pero su cita con este hombre va mucho más allá de eso. Toda la situación que les rodea genera en la chica una gran tensión interna, siente la ansiedad por las nubes, por ello precisa de mantener una respiración profunda y constante, pues de lo contrario siente que se va a asfixiar. Su cabeza está repleta de pensamientos obsesivos, todos ellos malos. Teme que en cualquier momento Carlos saque el tema de la universidad, de los encontronazos que han tenido o, sencillamente, de cualquier cosa que ponga en evidencia la relación que han mantenido antes de... bueno, de lo sucedido.

A la chica le da una vergüenza tremenda pensar en eso, obviamente no es antiético porque ella está a unos meses de cumplir los veinticinco y él apenas debe llevarle siete u ocho años, no es una cuestión de edad ni madurez. Tampoco es que resulte problemático en cuestiones académicas, el año que viene él no le impartirá ninguna clase, ya no hay un conflicto de roles entre ellos. Pero dios santo, había toda una mística detrás de ese hombre en la que ella lo proyectaba como una persona desagradable y ridícula, el solo hecho de rememorarlo hace que se le encoja la boca del estómago.

Carlos ha insistido en pasar a recogerla en coche, cosa que ella ve totalmente innecesario porque se mueve a la perfección con el transporte público, además de que conducir por el centro de Madrid es un puto infierno. Pero él ha insistido tanto que al final no le ha podido decir que no. En fin, que se apañe luego para encontrar aparcamiento, porque lo va a tener chunguísimo.

No han decidido realmente lo que van a hacer, Carlos le propuso de cenar, pero Mara no tiene dinero suficiente para desperdiciarlo en un restaurante. Normalmente, cuando sale con sus amigos, abusa de la comida rápida o las ofertas cutres, pero Carlos hablaba de ir a un sitio de gente adulta y seria, cosa que se sale totalmente de presupuesto. Por supuesto, Mara no piensa dejar que la invite a nada, va en contra de su código personal.

Tiene ganas de morderse el labio inferior, pero lo lleva pintado así que se contiene, lo último que necesita es mancharse los dientes de carmín. Se encuentra en medio de la acera, mirando hacia el horizonte, esperando impacientemente a que el próximo coche en llegar sea el del hombre. No para de retorcer el bolso entre sus manos, nerviosa. Siente que en cualquier momento le va a estallar el pecho por culpa de la ansiedad.

Mara no entiende de coches, pero el que se detiene justo frente a ella parece bastante caro. Es un BMW en realidad, esos siempre le han parecido de los que cuestan un par de riñones y algo del hígado. Además es de color plateado, está totalmente impoluto y el modelo parece bastante moderno. La ventanilla del copiloto desciende, ella se agacha ligeramente y ve a Carlos dentro, que le hace un gesto para que entre.

La chica cierra los ojos antes de entrar, tiene que recordar los consejos de su terapeuta una y otra vez. Piensa en un lugar seguro, piensa en un lugar seguro, piensa en un lugar seguro.

Finalmente se adentra en el vehículo, acomodándose en los asientos de cuero beige, que todavía huelen a recién comprado.

Mira de reojo a Carlos, que tiene sus ojos clavados en ella. La sensación que experimenta al sentir cómo la analiza detenidamente no ayuda en absoluto a mitigar su estado de histeria interior.

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora