CAPÍTULO 3

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Kalen detuvo su moto delante de las escaleras de la entrada de la gran mansión. Había alquilado su propia habitación en un hotel de la ciudad, pero como ya había previsto, Aelric no había querido ni oir hablar de que se alojara en otro lugar que no fuera su casa.

"Has vuelto para quedarte, para tomar parte de lo que es tuyo por derecho, y para ocupar tu lugar en la empresa, en la familia y así mismo, en la mansión de los Baum. Y no pienso admitir la más mínima excusa por tu parte. Cómo tampoco estoy dispuesto a tener que explicarle a Sigrid que has vuelto y ni siquiera has preguntado por ella. Te recuerdo que fuiste tú quien quiso marcharse y estar desaparecido todos estos años, me alegro de que hayas vuelto, pero es tu responsabilidad el tomar tu lugar. Ahora ya no está papá, nadie va a juzgarte. Puedes ser tú mismo Kalen. Intentemos hacer las cosas bien desde el principio para que funcionen. ¿Estás de acuerdo?"

Paró el motor y comenzó a quitarse el casco sin dejar de mirar la fachada que aquella enorme construcción de tipo renacentista, con dos zonas abovedadas al frente que parecian las dos torres de un castillo, y su fachada de piedra gris que hacía realzar el blanco de sus ventanas y balcones. A la luz de la farolas que flanqueaban la puerta, podía distinguir la lujosa entrada iluminada.

Dejó el casco en el maletero y comenzó a subir los pocos escalones hasta alcanzar las puertas de la entrada de estilo francés. Con un ligero temblor en las manos pulsó el timbre y esperó que al menos alguien del servicio todavía fuese capáz de reconocerlo.

Tragó el nudo que se le estaba formando en la garganta cuando reconoció al mayordomo que se acercaba a abrirle. Suspiró profundamente y se dispuso a soportar el escrutinio del hombre.

Las puertas se abrieron y Joseph permaneció a un lado, con su porte impecable y su voz neutra.

—¿Qué desea, señor?

Kalen sintió un ligero picor en los ojos, pero se contuvo. Esperó unos segundos más a que aquel hombre que tanto le había regañado de niño por sus travesuras, y al mismo tiempo le había enseñado tanto y dado más cariño que su propio padre, le reconociese.

No hizo falta mucho tiempo. Joseph abrió la boca y los ojos con sorpresa al darse cuenta de que era él, e hizo algo fuera de lugar. Se olvidó de su impecable disciplina y se abalanzó sobre él para abrazarle con fuerza.

Kalen sintió que los ojos se le humedecían mientras escuchaba las preguntas confusas del mayodormo amortiguadas contra su hombro.

—¿Es de verdad, Usted, señor Kalen? ¿De verdad ha vuelto? – no dejaba de preguntar con la voz rota por la emoción.

—Si, Joseph. –le respondió también muy emocionado. – Yo también me alegro de verte.

Joseph se apartó sonriendo y le invitó a pasar. Al hacerlo, Kalen se quedó parado sobre la enorme alfombra aubusson que presidía el acceso a la escalera, esta se dividía en dos en el primer rellano y conducía al primer piso en donde se encontraban los dormitorios.

El frente del rellano estaba presidido por un retrato de su madre. El retrato había sido hecho por un artista local a petición de su padre, poco después de que ambos se casaran. Estaba hecho a tamaño real, y su madre aparecía con un vestido añil de gasa, con la falda de volantes y el corpiño ceñido y bordado de pedrería plateada al frente. Estaba sentada en un elegante sofá con las piernas al descubierto gracias a la generosa abertura que la falda tenía en un lado.

Su melena rubia le caía sobre los hombros descubiertos, y tenía el rostro más hermoso que Kalen había visto, además de unos preciosos ojos azules.

Cuando era pequeño y su padre no estaba en casa, solía pasarse horas mirando el retrato de su madre, cómo si en realidad esperase que saliera de él para poder conocerla. Hasta que su hermano, o alguien del servicio le descubría sentado delante de él, y le convencía para hacer otra cosa.

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