CAPÍTULO 24

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Arwen se cruzó con Amann cuando subía las escaleras. Él le dedicó una amplia sonrisa y le guiñó un ojo. Ella solo le despidió con un adiós.

Sabía quién era, porque él mismo se lo había dicho cuando había entrado en la casa preguntando por Kalen. Sigrid había salido con Ian, antes de que él llegara, y Arwen no iba a dejar que alguien a quien no conocía subiera a ver a Kalen en su estado.

La forma cómoda y despreocupada con que Amann se movía por la casa, como si fuera parte de la familia, le hacía pensar que Kalen y él habían sido más que amigos. Dedujo que él había sido su compañero, y que por eso le había confiado la seguridad de ellos.

Cruzó el pasillo hasta llegar a la puerta de su habitación, cargando con una bandeja que ella misma había preparado. No era una experta en cocina, pero se defendía bastante bien, y estaba acostumbrada a preparar su comida y la de Enya, así que se decidió a prepararle algo que tentara su apetito y que le hiciera olvidar su reciente dieta de hospital, con la ayuda de Joseph.

Sujetando la bandeja en una mano, se las apañó para llamar con los nudillos. Kalen respondió abriendo la puerta.

—¿Y esto? –preguntó él intentando cogerle la bandeja con una mano.

—He pensado que tendrías ganas de comer algo diferente hoy. –le respondió sin dejar que él cargara la bandeja hasta su cama, donde la depositó con cuidado a los pies.

Kalen no podía estar más sorprendido. Sabía que ella se preocupaba por él, pero que llegara a encargarse de su comida...

—Arwen te agradezco mucho esto, pero tengo que contarte algo.

Al ver lo serio que estaba se dio cuenta de que era algo importante, así que se olvidó de la comida por un momento y le prestó toda su atención.

Kalen se plantó delante de ella, hoy estaba especialmente guapa, con aquella cola baja que se había peinado, una sencilla camiseta negra y unos vaqueros. Por un momento se imaginó lo que podría ser su vida si pudiera compartirla con ella, en el fondo sabía que lo deseaba con todas sus fuerzas y creía que ella sentía lo mismo. Pero lo que estaba a punto de suceder iba a ser un duro golpe para ambos y aunque Arwen no tenía la culpa de nada, iba a pagar las consecuencias. Probablemente, si se quedaba a su lado, sería peor.

Solo tenía que mirarle a los ojos para saber que estaba muy preocupado, y también había llegado a conocerle tanto como para saber que empezaría a intentar alejarla de un momento a otro. Cada vez que creía que algo malo podría sucederle, su reacción inmediata era alejarla de él, como si con eso pudiera mantenerla segura.

Vio cómo se sentaba con cuidado al lado de la bandeja que ella le había preparado. Bajo la camisa abierta de cuadros blancos y negros, vio la camiseta con el logotipo náutico y le trajo recuerdos de otro día que ambos compartieron. Cuando levantó la vista hasta su cara, casi se echó a llorar. Kalen tenía la mirada más triste que le había visto nunca, como si algo doloroso e inevitable acabara de ocurrirle. Sintió como el miedo le paralizaba, tanto que no se atrevía a preguntar.

—Siéntate, por favor.

Arwen se sentó en el sillón que había a su espalda, las piernas le temblaban como un flan, y deseó con toda su alma que lo que fuera a contarle no tuviera que ver con Enya o con su hermana.

Kalen comenzó a relatarle despacio todo lo que Amann había venido a decirle, comenzando por la situación de todos ahora que el juez había reemprendido la investigación del Club de la sociedad, pero omitió la historia de Shelly y el accidente de sus padres, creyó que no era su responsabilidad y tampoco quería hacerle más daño. Cuando terminó, esperó a que ella le dijera algo, pero no lo hizo. La miró durante un largo rato, dejando que asimilara lo que le había contado, pero ella seguía mirando sus manos en silencio. Cuando él se fijó en ellas, se dio cuenta de que estaba temblando.

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