CAPÍTULO 5

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Vera bajó del tren llevando solamente su bolso de mano. No había llevado equipaje, sabía que no le haría falta. Había llamado desde la estación indicando su hora de llegada. Sabía que alguien estaría esperándola.

Tan solo tuvo que dar dos pasos en el andén antes de que Shelly apareciera. Se estremeció de la cabeza a los pies, y no supo si se debía al frío que hacía allí o a la impresión de volver a verla. Shelly no había cambiado. Parecía que por ella no pasaran los años.

Cuando Vera la conoció ya era una mujer de cierta edad, pero atractiva y con una seguridad en sí misma que la hacía parecer, tanto más joven como insoportablemente sexy. Shelly era el tipo de mujer que no pasa desapercibida. Vestida con unos pantalones negros que se ajustaban a sus perfectas piernas como un guante y que se perdían dentro de unas estupendas botas de Manolo Blanik de tacón alto con tiras de remaches cruzadas, y una cazadora de cuero negra y su melena pelirroja suelta, hacía que todo el mundo se volviera a mirarla cuando ella pasaba por su lado.

—¡Hola, cariño! – la saludó dándole un par de besos. — Vámonos a casa, te estás congelando.

Vera no dijo nada, simplemente dejó que la agarrara por el brazo y tirara de ella hasta el coche que les esperaba aparcado fuera de la estación. Había intentado mantener una sonrisa, pero en los ojos sentía el picor de las lágrimas y era consciente de que todos se darían cuenta.

Shelly la acompañó al piso que tenían alquilado en el centro de la ciudad, solo para ella y las chicas que trabajaban para la organización. Habían cambiado la decoración por algo más moderno y funcional. Las cortinas habían sido sustituidas por estores de colores claros y las paredes pintadas de un ligero tono gris, las alfombras que cubrían la mayor parte del suelo de madera de todo el piso, era lo que le daba un toque de color.

Una chica se levantó del sillón en que había estado sentada cuando las vio entrar. Tan solo llevaba puesto un albornoz e iba descalza.

—Vera esta es, Giselle, compartirás con ella habitación hasta que decidamos tu destino.

La chica levantó la mano y se apartó la larga melena rubia para mirar de arriba abajo a Vera, le sonrió y la saludó con un escueto "¡Hola!" al que Vera respondió sin demasiado interés.

—Shelly, todavía no he dicho que vaya a hacerlo. –le respondió molesta por la forma en que Shelly daba por hecho que había vuelto.

—Pero... estás aquí ¿no? – sus ojos azules estaban tan oscuros en ese momento que casi parecían dos pozos negros, capaces de absorberla.

Vera no tuvo más remedio que callar y agachar la cabeza. No podía darse el lujo de contrariar a nadie de la organización, y mucho menos sin estar segura de que los suyos estaban totalmente a salvo.

—¡Giselle! Acompaña a Vera a vuestro dormitorio y ayúdala a prepararse. Esta tarde tiene una entrevista importante, y tiene que estar perfecta.

Giselle se puso en pie de un salto, y sin dejar de sonreír comenzó a caminar por delante de Vera.

—Acompáñame. Tenemos trabajo por hacer.

Vera la miro casi con admiración. Giselle, se veía tan joven, tan llena de vida, y tan feliz. Parecía estar contenta con su trabajo, y desde luego no parecía tener el más mínimo remordimiento.

Caminaron por el corto pasillo cubierto por la alfombra persa que Vera ya había memorizado hacía años, y que seguía formando parte de la decoración de aquel lugar, conectando su pasado con su presente como un puente. De repente tuvo que parar en seco, Giselle se había detenido en la primera puerta, y la mantenía abierta para que Vera pasara.

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