CAPÍTULO 8

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Kalen se colocó el auricular bajo el casco y recorrió la distancia hasta la casa de Arwen sin dejar de hablarle. Ella podía escuchar el ruido del motor de la motocicleta de Kalen de fondo, mientras él, prácticamente le hablaba a gritos intentando darle ánimos y tranquilizarla.

De repente el sonido paró, y le escuchó golpear el suelo con sus botas.

—¿Crees que podrás abrirme, Arwen? – le preguntó mientras se colaba en la escalera aprovechando la salida de otro vecino.

—Sí, no he escuchado ningún ruido, desde que estoy aquí.

—¡Ok! Ya estoy casi en la puerta.

Arwen se levantó lentamente, sin apartar el teléfono de su oreja y con las manos y las piernas temblorosas abrió la puerta de su dormitorio y mirando en todas direcciones antes de dar un paso, caminó sigilosamente hasta la entrada y abrió la puerta.

Kalen estaba delante de ella, con la respiración agitada y el casco en una mano, y su precioso pelo rubio todavía húmedo, como si le hubiera pillado en la ducha con su llamada. Arwen no pensó lo que hacía. El tremendo alivio de verle allí le impulsó a soltar el teléfono dejándolo caer en el suelo y se abrazó a su cuerpo, enterrando la cara contra su pecho.

Kalen al principio se quedó helado, pero al darse cuenta del miedo que había pasado Arwen, soltó el casco como ella había hecho con su teléfono y la rodeó con sus brazos apretándola contra su cuerpo.

Cuando Arwen consiguió calmarse un poco y se dio cuenta de lo que había hecho, se separó y se disculpó con él.

—Perdona, es solo... yo...

Kalen la tomó por ambos brazos, y le obligó a levantar la mirada hasta que sus ojos grises se cruzaron con aquella mirada azul que la hipnotizaba.

—Nunca vuelvas a disculparte por acercarte a mí o por pedir mi ayuda, ¿entendido?

Arwen asintió, y Kalen miró a ambos lados de la escalera para comprobar que no había nadie más con ellos.

—¡Vamos dentro! –le dijo con voz segura, y Arwen le dejó entrar y después cerró la puerta.

Después de comprobar que en la casa no había nadie más. Kalen y Arwen revisaron todos los papeles, libros y revistas que el intruso había esparcido por todo el piso. No encontraron nada que les hiciera suponer, fuera de algún interés para nada ni para nadie.

—Esto son solo recibos y cartas comerciales. –Dijo Arwen colocando el último fajo de papeles sobre la mesa del comedor.

Kalen la miró y se dio cuenta de que todavía estaba en pijama. A pesar de que los pantalones eran de franela a cuadros y de que llevaba una chaqueta de punto roja, sobre la camiseta del pijama, debía de estar helada.

—¿Tienes frío? – le preguntó con tanta ternura que a Arwen se le erizó la piel.

—Un poco. –le respondió frotándose ella misma los brazos.

—Ve a cambiarte, mientras yo preparo café. ¿Tienes en la cocina?

Arwen asintió y le miró sorprendida. Con todo el miedo y el nerviosismo no se había parado a pensar lo que él estaba haciendo por ella. La preocupación que había mostrado desde el momento en que atendió su llamada, la forma protectora en que se había mostrado con ella. Algo en su sangre comenzó a calentarse.

—¡Ve! —insistió él. — Y prepara una mochila con todo lo que puedas necesitar llevarte de aquí. Por ahora vivirás con nosotros hasta que esto se aclare.

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