CAPÍTULO 18

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Sigrid se estiró el vestido una vez más mientras subía en el ascensor hacia la planta dónde Robert la había citado. Estaba tan nerviosa que le sudaban las manos, y esperaba que el tipo de seguridad que sus hermanos habían contratado para seguirla no les informara de inmediato dónde se encontraba, o antes de que pudiera conseguir lo que se proponía estaba segura de que alguno de ellos irrumpiría allí mismo destruyendo todos sus planes.

Vestía un modelo de Valentino, con capucha, cremallera frontal y líneas blancas, que acentuaba su marcada cintura. Quería dar un aire sofisticado e informal al mismo tiempo, ya que sabía que Robert daba mucha importancia a esas cosas. Se había puesto un poco de maquillaje y delineador negro en los ojos, con unos pendientes de aro dorados, su inseparable gargantilla de oro y brillantes y unas sandalias de tiras blancas a juego con su bolso. Tras darse una última mirada en el espejo del ascensor para confirmar su aspecto, volvió a colocarse sus gafas de sol oscuras.

Cuando el ascensor se detuvo, el sonido de la campanilla que anunciaba la llegada a su planta hizo que se le revolviera el estómago. Pero ahora que Kalen había regresado, sus hermanos se habían convertido en un tándem para enfrentarse al Club y habían vuelto a excluirla intentando protegerla y alejarla de cualquier escándalo o peligro que pudiera salpicarles. La hacían sentir como si no fuera parte de la familia, y aunque sabía que no era esa su intención, estaba dispuesta a hacer algo, en vez de quedarse apartada y con los brazos cruzados como ellos deseaban.

Las puertas se abrieron mostrando el enorme corredor blanco, con suelos de mármol y sofisticada iluminación en forma de aros que colgaban del techo a distintos niveles. Al otro lado, un sonriente Robert, la esperaba apoyada en el marco de la puerta de su apartamento.

Sigrid se detuvo delante de él, sin saber muy bien cómo reaccionar. Pero él no le dio tiempo a tomar la decisión. Con una mano le quitó las gafas de sol y con la otra rodeó su cintura acercándola a su cuerpo para darle un beso en los labios.

—¡Hola, preciosa! Te has tomado tu tiempo.

Sigrid no respondió, inclinó la mirada al suelo y entró en el apartamento cuando Robert le cedió la entrada.

—¿Quieres tomar algo?

Sigrid negó con un movimiento de cabeza mientras le seguía hasta el salón. Robert le invitó a sentarse en el sofá, mientras él se servía una copa.

—¿Y bien? –tomó asiento a su lado, sosteniendo en una mano su copa y colocando el otro brazo sobre el respaldo.

Sigrid se sintió incómoda, sabía que él no perdería el tiempo, y había estado esperándola durante mucho. Ella se había negado porque sabía qué clase de tipo era. Aunque nunca lo hubiera reconocido delante de sus hermanos o de Ian, sabía perfectamente que a Robert solo le interesaba pasar el rato con cuantas mujeres pudiera. Era un perfecto imbécil, pero hijo único de Cyrus Blane, y por lo tanto futuro heredero de la próspera empresa de su padre, y eso le absolvía de cualquier barbaridad que pudiera cometer delante de los socios del Club y de sus amistades.

No estaba segura de si tendría alguna información que pudiera serle útil para intentar ayudar a sus hermanos, pero estaba resuelta a intentarlo, y por eso había accedido a encontrarse con él. Ahora que estaba tan cerca, ya no se sentía tan segura de su decisión, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

Se levantó del sofá dejándole completamente desconcertado. Robert le miró como si quisiera apuñalarla, pero ella fingió no darse cuenta. Vestido con un traje azul marino y una camisa de rayas azules y blancas, y con su pelo rubio engominado y peinado hacia atrás, era la imagen de la sofisticación. Aunque a pesar de ser muy atractivo, sus ojos azules transmitían un vacío que hacía que Sigrid casi se estremeciera cuando la miraba.

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