CAPÍTULO 4

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Kalen se quedó parado junto a la puerta de la biblioteca, eran unas puertas francesas de madera de roble idénticas a las que podías encontrar en el lado opuesto. La biblioteca estaba situada en la parte de atrás de las escaleras y se accedía a ella por ambos lados.

Puso un poco de atención, pero no escuchó nada, y dudó si debería tocar antes de entrar.

Por fin cuando estaba a punto de abrir la puerta, esta se abrió delante de él, y una hermosa joven se le quedó mirando fijamente, tan sorprendida como él.

—¿Kalen? –preguntó ella después de repasarle de arriba abajo con la mirada.

—¿Sigrid?

Kalen no podía creer que la hermosa joven que tenía enfrente fuera su hermana gemela. Era casi tan alta como él, apenas unos centímetros más baja, pero estaba muy delgada. Llevaba unos pantalones vaqueros desgastados, y una camisa a juego que le caía suelta por encima de la cinturilla de estos. Su melena, que en vez del color rubio dorado que compartían Aelric y él era del mismo tono que la miel, estaba suelta sobre sus hombros, y el único toque de distinción que la definiría como una rica heredera, era la gargantilla de brillantes de corte moderno que se ajustaba a la base de su esbelto cuello.

—¿Qué haces aquí? – le preguntó atravesándole con aquellos ojos dorados salpicados de varios tonos, tan extraños, como iguales a los de su padre.

—¡Vaya! –respondió Kalen caminando hacia el interior de la biblioteca. — Esperaba que después de diez años fuera, al menos te alegraras de verme.

Sigrid no respondió, se limitó a ver a aquel extraño, con la cara de su hermano, que se paseaba por la biblioteca como si estuviera haciendo una inspección.

Kalen se recreó la vista en las paredes y techos cubiertos de madera hermosamente trabajada, en las librerías empotradas en las paredes y llenas de libros, en la larga mesa escritorio en el centro de la habitación y en las dos mesas auxiliares a los lados, rodeadas de los mismos sillones que había visto a diario años atrás, con sus tapizados de terciopelo azul a juego con la lámparas que descansaban sobre las mesas, y el favorito de su padre, junto a la chimenea, con su tapizado de rayas en tonos caldera y su pequeña otomana a juego. Aún podía recordarle allí sentado, con los pies reposando sobre ella, y sosteniendo una copa de brandy, mientras observaba a Sigrid tirada sobre la alfombra persa, escuchar los cuentos que Anna les leía después de la cena. Tan solo una cosa encontró diferente, las antiguas cortinas habían sido sustituidas por modernos estores del mismo estampado a rayas de aquel sillón.

Una pila de folios escritos sobre la mesa, llamó su atención, y Kalen se acercó para curiosear.

—¿Exámenes? – le preguntó a Sigrid que ahora había cerrado la puerta y estaba a tan solo dos pasos de él.

—Sí, son de mis alumnos.

Kalen la miró con una expresión que a Sigrid le perturbó. Parecía ¿orgulloso?

—Así que al fin acabaste tu carrera.

—Sí.

—De música, supongo.

—Sí, así es. Doy clases en la escuela pública.

Kalen sonrió sin ganas, al imaginar el disgusto de su padre ante aquello. Su hermana había llevado el gusto de su madre un poco más lejos, se había sacado la carrera de música y, además, impartía clases a los hijos de la gente con menos recursos. "¡Bien por su hermana!"

—Chica lista. –dijo con voz melancólica al tiempo que tomaba uno de los exámenes para observarlo más de cerca.

Sigrid se acercó y le arrebató el examen de las manos, con cara de pocos amigos.

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