CAPÍTULO 23

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La forma en que Sigrid le había mirado no presagiaba nada bueno para sus planes. Pero Ian no estaba dispuesto a dejar las cosas así entre ellos.

—¿Qué haces aquí, Ian? –le preguntó ella antes de que pudiera hablar.

—He venido a ver como se encuentra tu hermano, por supuesto.

—Pues como ya habrás escuchado, está bien. Dentro de unos días le darán el alta.

—También quería hablar contigo, ¿quieres que vayamos a la cafetería para estar más cómodos?

—No creo que estemos cómodos en ningún lado, Ian. No depende del lugar.

Ian apretó con fuerza sus finos labios. Sigrid seguía muriéndose por volver con él, pero esta vez le iba a hacer sudar un poco.

—Por eso mismo quería hablarte. No quiero que estemos distanciados, no me gusta que estemos así.

—¿Quieres que te refresque la memoria? Fuiste tú quien decidió que era mejor que lo dejáramos, no yo.

—Vale, tienes razón. No creas que no me he arrepentido de eso cada día. Pero no finjas no saber los motivos por los que lo hice.

—Estoy muy cansada Ian. No quiero discutir esto otra vez. Y no puedo entender que es lo que quieres. Nada ha cambiado en todo este tiempo, que yo sepa.

Ian se acercó un paso más hacia ella, cuando vio que ella no se apartaba, dio otro más.

—Por eso necesito que volvamos a intentarlo, Sigrid. Los dos seguimos sintiéndonos igual, y te juro que he aprendido la lección.

—Pues lo único que puedo decirte es que me lo pensaré.

Ian se pasó ambas manos por las sienes. Se había hecho la promesa de no rendirse fácilmente, pero cada vez que intentaba un acercamiento con ella, todo lo que recibía eran los mismos reproches. Sabía perfectamente que había sido su culpa, y que ella tenía toda la razón para sentirse ofendida, pero ya estaba comenzando a pensar que las cosas entre ellos no volverían a ser como antes.

—Me parece bien. –respondió al fin, levantando la vista hacia ella y ajustándose las gafas con el dedo índice. –Cuando vuelvas a ver a Kalen, dile que he estado aquí y que me alegro de que esté bien.

Sigrid vio como sus ojos violetas brillaban con algo que no era precisamente satisfacción. Mientras se daba la vuelta y comenzaba a alejarse de ella, recordó las miradas despreciativas que le habían dirigido sus amistades aquella noche en la ópera, y se dio cuenta de que estaba tratándole de igual manera. Miró su espalda mientras seguía alejándose por el camino con las manos en los bolsillos, y se preguntó ¿por qué alguien se creía con la potestad de juzgar que relaciones eran lícitas o ilícitas? Nadie podía prohibirle amar a Ian, sencillamente porque nadie puede mandar en los sentimientos de ese modo.

—¡Ian! -gritó haciendo que algunas enfermeras que caminaban por los pasillos le miraran con asombro.

Ian escuchó como le llamaba por su nombre, y se detuvo. Cuando se dio media vuelta para preguntarle que quería, la vio correr hacia él, y antes de que pudiera reaccionar le había rodeado el cuello con sus brazos.

—Lo siento, lo siento, los siento... –no dejaba de repetir llenándole el cuello de besos. –Es cierto que nada ha cambiado entre nosotros, pero por favor, no vuelvas a alejarte.

—Tienes mi palabra de que no lo haré. –le respondió él bajando la cabeza hasta poder besarla.

Cuando Arwen salió de la habitación de Kalen para intentar calmarse un poco, vio como Ian y Sigrid se besaban en medio del pasillo. Y no pudo evitar sentir celos de ellos.

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