Capítulo 12

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Tanto a Raoul como a Agoney les toca romper la burbuja en la que han vivido ese fin de semana para volver a la rutina el lunes de buena mañana. Han pasado las dos últimas mañanas intentando estudiar, las dos últimas tardes viendo películas con Glenda y las dos últimas noches balanceándose en el balancín comunitario que nunca nadie ha usado.

Lunes por la mañana y Raoul no quiere salir de entre las sábanas. Afrontar una nueva semana, la última antes de exámenes, se le hace tan cuesta arriba que se plantea un par de veces o tres no salir de la cama y empezar a estudiar directamente.

Tres golpes en su puerta le hacen despertar por completo, y el grito de su hermano avisando que se marcha le pone en pie de un salto. Corre a la ducha y no se esmera demasiado en elegir la ropa del día. Se prepara un desayuno sencillo y lo lleva a su balcón, donde el frío se nota cada vez más. Y le encanta.

Dedica un par de segundos a observar el edificio de enfrente, con la ridícula esperanza de ver a alguno de los canarios y alegrar un poco su mañana. Y, como si su mente fuera una fábrica de deseos, Agoney es el primero en salir por la puerta. Su corazón da un brinco cuando, en la distancia, identifica la chaqueta militar y el pelo revuelto.

- ¡Buenos días! – grita Raoul, acercándose a su barandilla para captar con totalidad su atención y asegurar que su grito no ha sido en vano.

- ¿Cómo lo haces para tener ganas de salir a desayunar con el frío que hace un lunes por la mañana? – pregunta Agoney mientras se acerca a la barandilla de Raoul, con el rostro levantado para poder mirarle.

- Es verdad, todavía te debo un desayuno.

- No quería ser yo quien lo recordara.

- Tendrás que decirme qué desayunas para poder sorprenderte con algo mil veces mejor.

- Hoy he desayunado una rebanada de aire con un vaso de nada.

- ¿Estás de broma? – la expresión de Raoul es seria. No entiende cómo alguien puede funcionar con el estómago vacío.

- Se me cierra el estómago a estas horas. Son solo las siete, debería estar hecho una bola en la cama.

Raoul sonríe al imaginar (y recordar) a Agoney dormido plácidamente entre las mantas. Y razón no le falta, es muy pronto para funcionar.

- ¿Por qué no subes y te llevo yo? Ganas un cuarto de hora.

A Agoney le recorre una especie de escalofrío por todo el cuerpo. Es la segunda vez en ese fin de semana que le sugiere algo que, en otra situación, no haría más que producirle ansiedad o, como mínimo, inseguridad. Entre que le parece un avance grandioso en Raoul (le parece realmente precioso que no le tiemble lo más mínimo la voz, que no muerda sus uñas con nerviosismo, no pase los dedos por su cabello repetidamente y, sobre todo, lo diga sin darle demasiada importancia) y que podría ahorrarse un cuarto de hora extra en transporte público, asiente, aceptando su oferta, y escala la barandilla para colarse en su balcón.

*

- ¿Y Quique? – pregunta Raoul, extrañado por el silencio que reina en la mesa de la cafetería que Ricard ha escogido para tomar un café de media mañana.

- A mí no me ha dicho nada – comenta con desinterés el chico.

- A mí me ha dicho que está malo – añade Elena, removiendo el café con cierta fuerza y seriedad en el rostro.

Se hace el silencio en la mesa y, aunque Raoul se ve obligado a hacer algún comentario inútil e innecesario para evitar la incomodidad del momento, lo deja como está, cansado de pensar en todo momento qué hacer para que todo vaya bien. Es agotador intentar encontrar la solución para todo y para todos, y que ninguna solucione lo suyo propio.

LAGOM: not too little, not too much. Just right. (Ragoney)Where stories live. Discover now