Capítulo 40

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Agoney despierta cerca de las siete de la mañana por el constante repiqueteo de las gotas de lluvia contra su ventana de siempre. Amanece donde ha amanecido casi toda su vida, en esa cama que parece conocer su postura, con esa luz que siempre le despertaba, esa que no hay en ningún otro lado más que entre esas cuatro paredes.

Amanece donde siempre, pero como nunca. El pequeño escalofrío que le sacude le hace consciente del ligero peso de la sábana que le cubre el cuerpo. Parpadea hasta que es capaz de enfocar la espalda desnuda de Raoul al otro lado de la cama. Le imagina desvelado en la noche y removiendo la cama hasta dar con una sábana para tapar a ambos cuerpos, demasiado expuestos para el frescor de la madrugada.

Agoney no tiene intención de despertarse todavía, así que cierra los ojos y vuelve a dormirse tras comprobar que todo sigue en orden, el orden que le regala el despertar más dulce de su vida. Mire a donde mire, hay hogar.

Deben ser las nueve cuando Raoul nota un cosquilleo en la espalda, a la altura del lunar que Agoney siempre besa. Suspira y deja ir una pequeña sonrisa. Estira un brazo hacia atrás para buscar el cuerpo ajeno e invitarlo a encajar con el suyo, pecho con espalda y piernas entrelazadas.

A las diez, gira hasta quedar tumbado boca arriba y disfruta del peso de la cabeza de Agoney en su hombro. Intuye que dormita por el lento aliento que choca contra su piel y el suave ronquido que acompaña el llanto de las últimas gotas que mueren en la ventana.

No está seguro de cuánto tiempo pasa hasta que le escucha carraspear y le nota acomodarse de nuevo a su lado, pero está contento cuando lo hace. Agoney busca hueco en su cuello con toques de nariz que le arrancan una pequeña carcajada.

- Buenos días, ¿eh?

Agoney asiente en su escondite y se carcajea. Solo entonces se apoya en el colchón con el antebrazo para poder incorporarse y mirar a Raoul. Sus mejillas están teñidas de un rosado que le gustaría pintar con permanencia.

Le acaricia el rubor con las yemas de los dedos y busca su mirada.

- Gracias por taparme con la sábana – susurra, o, en otras palabras, sé que te has desvelado en algún momento y me lo puedes contar.

Raoul ríe y arruga la nariz.

- Solo me abrumó un poco – susurra. - ¿Podemos hacer como los líos de una noche y hablar de lo que ha pasado?

Agoney se muerde el labio inferior y comparte media sonrisa. Asiente lentamente y carraspea.

- ¿Cómo me dijiste que te llamabas? – bromea.

- No te lo voy a decir – ríe Raoul. – Porque si esto llega a oídos de mi mujer, me quedo sin mis hijos.

- Ah, vale, que tienes mujer – ríe.

- Sí, soy un pésimo marido.

- Sí que lo eres, sí.

Se miran con la risa en los labios y se carcajean a la vez. Agoney vuelve a tumbarse, pero esta vez desciende por la cama hasta colocar la cabeza en su abdomen, subiendo y bajando con la respiración de Raoul.

Raoul lleva una de sus manos al arremolinado pelo de Agoney y lo acaricia. Sonríe al verle tan pacífico sobre lo más frágil que hay en él, esa respiración con la que tanto ha aprendido y que tanto ama sentir.

- Solo quiero que sepas que sé que haberlo hecho una vez no me obliga a nada. Seguimos con las mismas bases en el juego, ¿no?

Agoney asiente contra su abdomen y le acaricia el costado.

LAGOM: not too little, not too much. Just right. (Ragoney)Where stories live. Discover now