Epílogo (III/IV)

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Marzo. Dos años desde el primer piso compartido.

Raoul jadea y se apoya en el pomo de la puerta mientras mete la llave en la cerradura y la hace girar. Le pesa el cuerpo entero y le arden las piernas.

- ¡¿Hola?! – grita, con la boca seca, nada más abrir la puerta.

La cierra de un portazo y se llena los pulmones de aire, apoyándose en sus rodillas.

- ¡Aquí! – escucha la voz estallar en el comedor.

Camina hasta el marco de la puerta y se apoya en él. Se pasa una mano por la frente sudada y resopla. Deja de pensar en el ardor del cuerpo y se fija en Agoney, con las piernas cruzadas sobre el sofá y recolocándose las gafas.

- Pensaba que llegarías más tarde y me he duchado antes – dice, pasando una página del enorme bloque de papeles encuadernado que guarda en el regazo.

Raoul se impulsa contra el marco de la puerta y camina hasta él. Echa un vistazo rápido al reloj y no se sorprende al ver que son poco más de las siete. Se dobla para ofrecer un beso a Agoney y lo recibe cálido sobre los labios.

- No aguantaba ni un metro más – justifica, estirando la espalda y llevándose las manos a las lumbares.

- ¿Y Belén?

- Ella se ha quedado en el gimnasio.

- Normal.

Raoul rueda los ojos.

- No hagas eso. Sabes que no me gusta que salgas con este frío a correr.

- Voy bien preparado. Correr en el gimnasio es artificial.

- Da igual – se quita las gafas y da una palmada en el sofá. - ¿Por qué no te das una ducha caliente y vienes a descansar?

Raoul asiente, da media vuelta y coge lo necesario para la ducha. Deja que el agua golpee cada centímetro de piel. Está fuerte y en forma, pero terriblemente agotado. Cinco horas de trabajo en una clase, dos desde casa y una de deporte suele ser la combinación perfecta para un sueño profundo y revitalizador. Espera con verdadera ansia el momento de esconderse bajo las mantas y caer rendido.

Se seca el pelo a gran velocidad, con los brazos cansados como para sujetar el secador mucho más tiempo, y corretea hasta el sofá con el pijama más suave que encuentra en el armario.

Agoney no despega los ojos del papeleo que estudia con rigor, pero alza un brazo y deja que Raoul se acople a su costado y se apoye en él. Le acaricia el brazo inconscientemente y hace hueco en su cuello para dejarle apoyar la cabeza.

- Mmm – susurra Raoul. – Qué bien hueles.

Alza la cabeza del hombro de Agoney y se fija en la letra que el canario lee con excelente concentración.

- ¿Lo entiendes todo? – pregunta, revisando el perfecto catalán con el que el documento está redactado.

Agoney asiente, todavía leyendo. Dibuja círculos en palabras que a Raoul le parecen elegidas al azar, pero que deben tener algún significado legal que escapa de su conocimiento.

- ¿Me has dejado alguna nota hoy?

Vuelve a asentir. Raoul abandona su calor y camina de puntillas hasta la cocina. Enciende la luz y aparta el imán que sujeta las notas amarillas de Agoney. En ellas, apunta palabras en catalán que no entiende, pero que no le urge entender. Las deja ahí para que Raoul las recoja cuando llega a casa y se las vuelva a dejar traducidas antes de irse por las tardes, cuando Agoney todavía no ha vuelto del trabajo.

LAGOM: not too little, not too much. Just right. (Ragoney)Where stories live. Discover now