2. La loca de patio y el cuatro ojos.

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[Javier]

En estos momentos me sentía igual que mujer desesperada deseando que la tierra la tragara. En mi primer día de trabajo viene ésta loca de patio a maldecir e insultarme como se le da la gana. Conté hasta diez, intentando no perder la paciencia. Me voltee y mis compañeros de trabajo miraban algo desconcertados aquel show que estaba montando aquella tipa.

—   Disculpa —dije finalmente — ¿Por qué me estás insultando de esta manera?

—   ¡No te hagas el imbécil maldito cuatro ojos! —Responde mientras de su cartera saca algo- Esto es tu culpa –me muestra su celular quebrado.

—   Oh —medito unos segundos— ¿Me estás haciendo un escándalo porque se te ha roto el celular? Bueno, todos tenemos malos días señorita, no es justo que se la agarre conmigo.

—   ¡No te hagas el inocente idiota! —gruñe— El celular se me ha quebrado esta mañana cuando choque contigo, es tu culpa. Deberás indemnizarme.

No pude evitar soltar una risa, pero eso la enojó aún más.

Ouch, veo los titulares mañana: “Cuerpo de joven estudiante es hallado sin vida en el río”.

Intenté ponerme serio cuando miré a las chicas que la acompañaban observando esta situación como si fuese un show entretenido, eso me hizo pensar seriamente en ofrecerles cabritas.

—   ¿Podemos hablar esto en privado? —contesté con calma.

—   Creo que es lo mejor —dijo una de las chicas— Cálmate, Jennifer.

Así que la loca de patio se llama Jennifer. Alcé una ceja y la observé, me miraba furiosa, su cara estaba roja. Por un segundo me preocupe, ¿Y si su cabeza explotaba? Oh no, en cualquier momento le saldrían humos por las orejas. Sonreí al imaginar tal situación y ella me agarra de la camisa y me tira hacía ella.

—   ¿Qué es tan gracioso, cuatro ojos? ¿Quieres que te rompa la cara?

—   Qué mujer tan ruda –respondo sin sentirme intimidado- Hagamos algo, me dirán su orden, la tomaré, y mientras preparan todo, nosotros arreglamos nuestro problema.

—   Es mejor, Jennifer. Ya suéltalo, estamos armando un alboroto.

La chica me suelta y pide su café con donas, mientras la otras amigas pidieron un cappuccino con un pastel. Fui a dejar la orden a la cocina, en donde me acorralaron para preguntarme qué había sucedido ahí. “Solo una loca de patio”, contesté y me dirigí a la mesa de ellas nuevamente, donde observé a aquella loca de ojos verdes, cabello rojo claramente teñido, estatura media y sobre todo, bastante ruda. Se levantó y salimos del local.

—   Yo no pagaré algo que en realidad no he roto —digo rápidamente— Tú fuiste la irresponsable que no miró.

[Jennifer]

Sabía que había armado un show innecesario, pero éste tipo me sacaba de quicio. Las ganas de tomar sus malditos lentes, tirarlos a suelo y pisarlos eran enormes, pero daba lo mejor de mí por controlarme. Creo que lo que más me molestaba era que él ni se inmutaba ante mis reacciones agresivas. Estoy acostumbrada a que los hombres se impresionen o me miren raro.

—   No fue mi culpa —me defendí— Fue tuya, debiste frenar.

—   Lo intenté —contestó— Pero no pude. El error fue tuyo —insiste— Ibas mirando hacia abajo mientras hablabas por celular, o sea que no tenías ni visión ni audio de lo que estaba sucediendo a tu alrededor.

Mierda. Comencé a recordar y tenía razón. Estaba hablando con mi hermana e iba demasiado distraída como para prestar atención a lo que pasaba en la calle. Sin embargo, he llegado demasiado lejos como para permitirle ganar.

—   Solo quiero que me pagues la reparación de la pantalla.

—   Por favor —se quejó— Te sale más barato comprarte otro que cambiarle la pantalla.  

—    ¡Págame maldito imbécil!

Aquel idiota me mira con gracia, ¿Tan gracioso es verme molesta? Su rostro es pensativo, finalmente suspira y saca su billetera para luego entregarme tres billetes grandes.

—   ¿Puedes dejarme en paz? —dice él— Con eso has lo que quieras. Es mi primer día de trabajo y has venido a estropear todo. No puedo pagarte más porque no tengo dinero.

Sonrío victoriosa y entro al local sin decir ninguna palabra. Me siento con mis amigas quienes me miran esperando que contara lo sucedido, pero solo me limito a mostrar el dinero. Ellas se miran entre si y luego regresan la mirada hacia mí.

—   Sabemos que la culpa fue tuya —comienza Laura.

—   Y que lo sabes, pero como no quisiste perder esta batalla, lo engañaste —finaliza Marcela.

—   Que buenas amigas tengo —me quejo.

—   Lo decimos porque te conocemos. Rebobinamos la historia que nos contaste esta mañana y todo da indicio a que la culpable fuiste tú —dice Marcela.

—   ¿Por qué yo? —pregunté mientras le daba un mordisco a la dona.

—   Porque siempre has sido distraída para hablar por teléfono. —Laura asiente mientras tomaba un sorbo de cappuccino. 

A veces pensaba que Marcela y Laura me conocían incluso mejor que yo misma. Me encogí de hombros y seguí comiendo mi dona, intentando no mencionar el tema. De acuerdo, hice trampa, lo admito, pero ¿Quién no lo ha hecho una vez? Además, no podía perder ante ese idiota, el cual por cierto no le dejé propina.

Luego del local nos pasamos a una plaza a tirarnos para conversar, en un momento se nos acercaron unos chicos para preguntarnos si teníamos fuego –típica excusa para entablar una conversación con nosotras–. Hablamos un rato con ellos y terminaron dándonos sus números de teléfono.

Se estaba oscureciendo cuando decidimos que era hora de ir a casa. Me separé de las chicas en el paradero, pues ellas vivían relativamente cerca, solo les bastaba tomar un autobús, no como yo que debía ir a la estación del metro más cercano.

En el camino pasé por un parque, y en unos de los asientos vi a alguien rodeado de un par de perros callejeros, al acercarme un poco me di cuenta que era nada más que el cuatro ojos. Al parecer estaba alimentando a aquellos perros mientras en su cuaderno parecía estar anotando algo.

No, no estaba anotando, estaba dibujando.

Dado a la distancia que estábamos él no me había visto.

Espera, ¿Qué hago observando a ese maldito? Yo me sentía feliz porque no iba a volver a verlo más.

Aquel tipo se levantó y noté que algo de él cayó al suelo, sin embargo no se percató de eso y solo se fue. Curiosa me acerqué y recogí un anillo, el cual tenía algo grabado dentro.

Para mi amado Javier Andrés”.  

—   Así que el idiota se llama Javier —murmuré mientras observaba el anillo.

Alcé la vista y él ya había desaparecido por completo.

Lo guardé en mi bolsillo y me dirigí a la estación del metro, para después irme a casa. Supongo que tendría que encontrarme con él una vez más para regresarle el anillo.

Esa será la última vez, lo sé. 

Los polos opuestos... ¿Se atraen?Where stories live. Discover now