Capítulo 26

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Siempre que visitaba alguna tienda departamental me invadía una extraña ansiedad al pasar junto a objetos de cristal, por alguna extraña razón, me aparecía en la mente una imagen mía tropezando derribando una vajilla entera, y lo peor era cuando minutos después llegaban varios guardias de seguridad y me arrastraban hacia una pequeña sala para interrogarme, pero todo eso no se comprara con lo que paso hace unas semanas en el Mercadito.

Los enormes guardias, vestidos de negro y de rostros aparentemente iguales, no esperaron una disculpa o alguna clase de explicación, simplemente nos empujaron violentamente para después atarnos las manos, amordazarnos y cubrirnos los ojos con alguna especie de vendaje, luego nos cargaron como si fuéramos simples sacos de papas y nos llevaron por el Mercadito durante minutos.

Al principio traté de liberarme, pero solo logré lastimarme las muñecas. Intenté gritar, pero con la cinta con la que nos habían cerrado la boca, apenas podía respirar. Decidí relajarme y no resistirme ante ese ejército de gigantes. Presté atención a mis oídos traté de utilizar mi audición para ubicarme, escuché el siseo de una espada afilándose, solo recordaba tres lugares donde afilaran armas; entonces confié en mi olfato y eso me bastó, olí el delicioso aroma de una pizza recién horneada. No cabía duda de que nos encontrábamos cerca del estacionamiento, a unos pocos pasillos, con algo de suerte, Alan y su grupo nos verían e irían a nuestro rescate.

Pero entonces sentí como el aire dejaba soplar, los sonidos se ensordecían y el clima caluroso desaparecía inmediatamente: habíamos entrado a alguna carpa, y luego, un fuerte dolor me recorrió el cuerpo cuando los gigantes me arrojaron al suelo.

- ¿Y bien? ¿Son estos? –escuché a un hombre con un acento que no pude identificar... ¿italiano? ¿francés?

- Sí, señor.

Me senté en el suelo gravoso y pronto nos devolvieron la vista y pude ver un sujeto de unos cuarenta años aproximadamente, de la piel pálida y con cabello grisáceo, vestía un traje color vino y traía un puro entre los labios, se encontraba recargado sobre una especie de escritorio, estábamos en su oficina. Nos miró sorprendido.

- ¿Ellos? ¿En serio? Son solo chicos...no puedo matarlos...bueno, sí puedo, pero no sería ético... ¿seguro que son ellos?

- Sí, señor.

Soltó un suspiro.

-Me dicen mis hombres que, mientras disfrutaban de mi galería...ocurrió un accidente –nos miró con seriedad, aunque sin llegar al enojo-. ¿Y se puede saber, que estaban pensando cuando destrozaron una reliquia de valor inigualable?

Nos quitaron la cinta de la boca.

- En serio, lo siento mucho –soltó Alex-. Fue mi culpa, no tenía intención alguna de destruir la campana...

- ¿La campana? –repitió el hombre- ¡Al diablo la campana! ¡Destruyeron un maldito DeLorean!

- Igual fue un accidente –intercedí yo.

- ¿Un accidente? Los accidentes no pueden permitirse. ¿Quién sabe? Quizás este maldito apocalipsis fue el "accidente" de un idiota detrás de alguna consola o en un laboratorio extraño. No, ustedes destruyeron mi DeLorean... ¿Cómo piensan pagarlo?

- ¿Mil doscientas fichas? –preguntó Halston nerviosa.

El hombre miró al suelo consternado.

- De hecho, señor, probamos el vehículo y aún enciende, los daños son más estéticos...

- Maldita sea –lamentó el hombre- ¿Saben cuánto me costó conseguirlo? El parque estaba lleno de Infectados, en todas partes...perdí más hombres ahí que con la Campana de la Libertad y ese grupo de mercenarios que insistía en llevársela a un arca... ¿y todo para qué? ¿Y ustedes qué estaban haciendo?

Pandemia Parte IIWhere stories live. Discover now