Capítulo 29

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Fue una de las mañanas más incómodas de mi vida. Acababa de estallar con Rawvanna y para el colmo, la Caravana era demasiado pequeña para tantas personas, era prácticamente imposible no cruzarme con ella. La chica se esforzó en evitarme desde el desayuno hasta que partimos, moviéndose constantemente conforme yo lo hacía, sin siquiera mirarme a los ojos. Todos mis intentos por moverme a la pequeña Van se estropearon.

Y supongo que nuestra adversidad era muy obvia. En algún momento Halston habló un con ella y yo no podía parar de imaginar que estarían hablando sobre mí, juzgándome. Más tarde, Alex llegó conmigo tratando de averiguar qué había pasado sin ser tan directo. Yo evadí todas sus preguntas e hice el mayor esfuerzo por desviarle los temas, fue más complicado con Jafet y casi imposible con Vanessa.

Y, por si fuera poco, parecía que la chica había estado en lo cierto. Sam se había despertado esa mañana y su humor había cambiado drásticamente. No estaba precisamente en su peor momento, pero había pasado del mejor al mismo estado de siempre. Vic la sorprendió buscando alcohol en todos los compartimientos de la Van, encontrando algunas botellas vacías en el escondite del suelo en el que ocultábamos algunas armas. El chico me contó como observó que ella agitaba las botellas en un esfuerzo por recolectar la más mínima gota mientras todos estábamos desayunando afuera.

Pero mi discusión con Rawvanna pasó a ser mi menor preocupación cuando llegamos a la famosa Línea de Fuego. Debían ser cerca de las cuatro de la tarde, comenzaba a nublarse y el sol se perdía en el cielo entre colores blancos y grises, y no pudimos evitar escuchar las explosiones a lo lejos. Al principio sonaban distantes, como tambores que provenían de los audífonos de alguien, pero se hicieron cada vez más entendibles.

- ¿Qué es eso? –preguntó Vic asustado-. ¿Es lo que creo que es?

- Suenan como explosiones –susurró Jafet desde el asiento de copiloto.

Todos nos acercamos al frente.

- ¿También oyeron eso? Cambio. –llamó Alan desde la otra camioneta.

- ¿De dónde vienen? –preguntó Sam nerviosa.

- De allá-señaló Halston a la misma dirección que nos llevaba el camino, una creciente nube de humo se elevaba a lo lejos y se confundía con las nubes en el cielo.

- ¿Qué hacemos? ¿Y si nos bloquea el camino? –preguntó Alex al volante.

Jafet se encogió de hombros sin estar seguro de que responder. La Caravana continuó su marcha, pero nadie volvió a su asiento, todos permanecimos peligrosamente de pie en la cabina, sujetándonos de algo mientras tratábamos de sacar nuestras conclusiones sobre de qué podría tratarse.

Luego de unos minutos, por fin la pudimos ver.

Una larga línea que se extendía hasta dónde mis ojos podían ver, dividía el campo amarillo que bordeaba la autopista. Las trincheras no eran muy profundas, pero estaban bien protegidas con costales y vallas. Miles de soldados se encontraban dentro, disparando sin cesar hacia una sección oscura del campo que no podía distinguir bien. Motorizados, tanques blindados y lanzamisiles apoyaban al ejército en sus labores, y el sonido era insoportable. Una orquesta de desgarradores aullidos, como si el metal estuviera gritando del dolor al ser torturado. Eran tan alta la cantidad de decibeles que no solo vibraba toda la Caravana, sino que podía sentir como mis órganos se cimbraban con las ondas de sonido. Apenas podía oír mis propios pensamientos. ¿Era cómo una película bélica? Peor.

Alex gritó algo, pero no pude escucharlo claramente. Estaba a punto de explotar por el ruido hasta que la maquinaria pesada se detuvo y solo quedaron los repetitivos disparos a los que ya estaba muy acostumbrado. Sin embargo, una sensación de sordera nos invadió a todo, era como si se apagaran todos los sonidos del mundo. Y llegó ese asqueroso olor a pólvora, aceite y metal...y podrido.

- ¿Qué es todo esto? –preguntó Alan irrumpiendo en la Caravana, acompañado de Ellen y Roque.

- Es el fin del mundo, amigo mío –respondió Roque sin poder apartar la vista del campo de batalla.

- Es la Línea de Fuego –dije-. Nos hablaron de ella en el Mercadito.

- ¿Qué tan larga es? ¿Será un obstáculo? –preguntó Alan.

- Solo espero que Las Vegas esté de este lado –dijo Alex.

- Solo hay una forma de averiguarlo –respondió Vanessa mientras bajaba del vehículo y caminaba directamente hacia los militares.

- ¡Espera! ¡Es peligroso! –le gritó Alan.

- ¡Es el fin del mundo! ¡Todo es peligroso! –le gritó la chica sin detenerse.

Sin pensarlo dos veces, todos fuimos tras de ella. Al caminar sentí que un fuerte dolor de cabeza comenzaba a aparecer, maldije sabiendo que tardaría mucho en marcharse.

Salimos de la autopista y nos internamos en la terracería. Mientras nos acercábamos sucedió algo aún más impresionante: una enorme flota con cientos de helicópteros Apache pasó volando sobre nosotros a tal que cercanía que pudimos sentir todo el viento que generaban, todos con dirección hacia más allá de la Línea de Fuego.

No soporté la curiosidad, y es extraño pues ya sabía a qué le estaban disparando, pero quería verlo. Tenía que saber si era necesario preocuparse por la gran amenaza. Así que me separé de mis amigos, que seguían atónitos con el espectáculo aéreo y fue directo hacia el tanque más cercano. Un par de soldados reparó en mí, pero fue tan desconcertante para ellos encontrarse a un adolescente en pleno campo de batalla que no pudieron reaccionar. Subí por detrás de un tanque de batalla –más tarde supe que se trataba de un Leopard- y entonces quedé aún más estupefacto. La "sección oscura del campo" a la que tanto le disparaban, era una titánica horda de Errantes; miles de ellos, todos distintos. El enjambre de muertos se extendía por todo el valle, y todos caminaban de forma torpe pero apresurada con una misma dirección hacia la Línea de Fuego cuyo esfuerzo de contenerlos apenas bastaba.

Los helicópteros comenzaron a lanzar misiles incendiarios que llenaron a el campo de fuego en un espectáculo de luces, pero ni eso era suficiente para erradicarlos. Pude notar que entre los zombis había incluso algunos tanques de guerra y autos blindados abandonados, entendiendo que ya había habido intentos fallidos de un ataque directo.

Sentí como alguien tiraba de mi ropa y me arrojaba al suelo. Todo mi peso cayó sobre mi hombro derecho quedando adormecido del golpe. Lo siguiente que vi, fueron los cañones de distintas armas apuntándome a la cara.

- ¡De rodillas! –gritó uno de los soldados.

- Yo solo...

- ¡Dije que de rodillas!

Me apresuré a obedecerles. Y la verdad era que ya me habían apuntado varias veces, pero ese día se sentía diferente, eran soldados entrenados haciendo su trabajo. Se suponía que tenía que sentirme más seguro, pero con las historias que habíamos escuchado de la ley marcial y la militarización en el país, no quería ni imaginar en que podía resultar aquello. Escuché quejidos detrás de mí y vi como otro pelotón traía a mis amigos con punta de pistola. Los arrodillaron a todos junto a mí.

- ¿Qué hacemos con ellos? –preguntó uno.

- ¿Debemos matarlos?

- ¡No! –lo detuvo una mujer-. Recuerda lo que pasó la última vez, es una orden Jiménez.

- Sí, sargento.

- Avísenle al Comandante.

Pandemia Parte IIOnde as histórias ganham vida. Descobre agora