¿Nada más?

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Me giré a ver a los chicos.

- Vaya vaya, pues sí que has tardado en ligar, ¿eh?. - Comentó Bill riéndose.

- Cállate Bill. - Respondí riéndome también.

- ¿Nos vamos a tu casa?. - Preguntó el chico rubio.

- A mi casa imposible, tengo unos problemillas allí, ¿a la tuya?. - Respondí.

- En mi casa imposible igual, ¿qué hacemos?. - Anunció pensativo.

- Porqué no os venís a nuestra casa. - Comentó Georg.

- Sí estaría bien, si solo estáis un rato y no hacéis cosas raras podéis venir. - Añadió Gustav.

- Oh, sí vale, estaría bien. - Sonreí.

- Espera, ¿qué?. - Respondió Tom serio. - ¿Va a venir el tipo este al que no conocemos de nada?.

- Siempre traes a chicas a casa y tampoco las conocemos de nada. - Contestó Gustav.

- Tiene razón. - Añadió Bill.

Tom giró los ojos serio.

- Bueno, vámonos. - Comentó Gustav.

Salimos del lugar y entramos en la limusina.

- ¿Te lo piensas tirar?. - Me preguntó susurrado Bill acercándose a mi oído.

- ¿Qué?, ¡no!. - Respondí susurrando también.

- ¿Has visto cómo se ha puesto Tom?. - Comentó el chico de mechas blancas hablando cada vez más bajo con una cara coqueta y dándome pequeños golpes en el hombro.

- No lo entiendo la verdad. - Anuncié haciendo lo mismo que él con la voz.

- Venga ya, se nota que le molas.

- Sí Bill sí, miles de chicas y tengo yo el privilegio de gustarle a don yo le gusto a todas. - Respondí susurrando y con un tono de burla.

- Date cuenta. - Comentó volviendo a sentarse normal con una sonrisita en la cara.

Me senté de nuevo en mi silla ignorando lo que me había dicho Bill y miré al chico rubio, que todavía ni si quiera sabía cómo se llamaba. Él estaba sirviéndose copas de refrescos y demás cosas que habían en la limusina.

Me giré a ver a Tom, que no dejaba de mirarme a mí, por más que yo le intentase incomodar mirándole fijamente también no lograba conseguirlo. Me miraba serio. Giró la vista a ver al rubio, que estaba revolcando todo lo que había de comida y bebida en la limusina y haciendo guarradas con ella. El chico de rastas se volvió a girar mirándome a mí, con las cejas levantadas en señal de lo patético o vergonzoso que es el chico que estábamos llevando a casa.

Aparté la vista de él, sabía que lo era, pero no quería que me lo restregase más por la cara.

Llegamos a la casa.

Gustav abrió la puerta y comenzamos a salir todos de ahí. Nos dirigimos a la puerta de la casa y entramos en ella. Me fui a sentar a un sofá y el rubio se sentó a mi lado, Tom se sentó en otro sillón delante nuestra y Bill, Georg y Gustav en otras sillas y sillones que habían por ahí.

- ¿Queréis unas cervezas?. - Preguntó Gustav mirándonos a todos.

Todos respondimos que sí y se fue a por ellas.

- Por cierto, no me he presentado, soy Pablo. - Comentó el rubio sonriendo, la verdad, era bastante guapo.

- Encantada. - Respondí con una sonrisa.

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