Capítulo 2: ¿Quién eres?

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No iniciaron conversación durante todo el trayecto

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No iniciaron conversación durante todo el trayecto. Victoria incluso deseó tirarse del coche, pero sabía que no acabaría para nada bien si después quisiese levantarse como si nada. La humillación que sintió por parte de el ama de llaves, Bernadette, era tan fuerte que conforme lo pensaba sus mejillas se enrojecían de rabia. Se sentía tan frustrada de no poder acabar lo que empezó que planeaba alguna muerte en el coche para Benjamín. Justo cuando estaba buscando solución alguna para matarlo, Benjamín la distrajo de sus pensamientos haciéndole una pregunta.

—¿Por qué diablos me odias, Victoria?

La joven frunció los labios y resopló por su nariz. Aquella pregunta era tan estúpida como la cara de Benjamín.

—Por aprovecharte de mi madre.

El hombre sonrió de medio lado cosa que a Victoria le enojó. Aquella sonrisa ya decía mucho de su persona.

—Pobre de ella que se dejó engañar con un par de rosas y bombones, querida —comentó.

El pulso de la chica se aceleró, apretó su puño y mostró sus dientes enfadada. Puede que nuestra Victoria no poseyera la más absoluta cordura, pero, ¿cómo alguien tenía la desfachatez de engañar a una mujer enferma por tal de conseguir su dinero? Ese bastardo carecía de remordimientos y culpabilidad. Ansiaba de una manera tener billetes que causaba nauseas.

—No te creas que por encerrarme en un internado para desquiciados los locos son los de allí dentro. Los locos sois vosotros, los de fuera —dijo la joven con hastío.

—Estás loca, Victoria, asúmelo. Tu cordura empeoró a raíz de la muerte de tu pobre mamá, y yo te haré perder tus cabales hasta que el dinero me lo asocien a mí.

Victoria le dio un puñetazo a Benjamín. El hombre se estremeció y por unos segundos perdió el control del volante. La joven había empleado toda su fuerza para hacerlo estremecer y una fina capa carmesí se deslizó por el labio del señor. Con rapidez volvió a mantener el manejo del volante antes de que ambos tuviesen un desagradable accidente. Quería pegarle, quería agredir a la joven hasta desfigurarle la cara, pero debía de estar atento a la carretera sin que la agresividad de ella lo sacara de sus casillas.

—¿No vas a pegarme, Benjamín? ¿Dónde quedaron tus agresiones que me dedicaste en casa? ¿Te acobardas por estar en un auto? —dijo la muchacha, mofándose de su persona.

«¡Jodida loca! Espero se pudra en el internado», pensó frunciendo sus labios.

—Eres tan patética —murmuró él—. Espero que asumas de una maldita vez que el dinero que se te ha obsequiado no te pertenece. Una niña neurótica y con problemas mentales no debe tener ningún solo billete en sus manos. Mereces pasar el resto de tu vida encerrada en un manicomio y que traten tu maldito problema. Eres una desgracia.

—Una hermosa desgracia —añadió ella—. Un asesino no se hace asesino sin antes haber cometido un crimen. Dame tiempo y la práctica hará al maestro, Benjamín. Esto solo acaba de comenzar.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora