Capítulo 9: ¿Hay alguien ahí?

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Victoria tomó el pulso de Cassandra colocando sus dedos en el cuello

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Victoria tomó el pulso de Cassandra colocando sus dedos en el cuello. El corazón de la joven no latía. Solo de pensar que Lucas la había matado le revolvía el estómago. ¿Qué harían con el cadáver? ¿Sospecharían de su ausencia? ¿Abriría la boca Lucas Ashworth por miedo al silencio? Ya no solo era porque el joven la había asesinado, sino porque la reacción que tuvo no pareciese que fuese un chico que pudiese guardar aquel desastroso secreto.

Melissa había salido de la habitación presenciando aquella tragedia. Se llevó las manos a la boca tratando de no soltar un alarido al ver en el suelo una mancha carmesí saliendo de la cabeza de la chica. Victoria corrió a la habitación y agarró el botiquín colgado en la pared. De este sacó agua oxigenada, más agarró un paño para no dejar rastro de la sangre de la muchacha. Ordenó que Lucas y Caym sostuvieran el cuerpo inerte conforme ella limpiaba.

—Se podría decir que fue en defensa propia, ¿verdad...? ¡Ella iba asfixiarte!—comentó Lucas con la voz temblorosa.

—¡Qué importa lo que fuese! ¡Nadie va a creernos!—profirió ella frunciendo el ceño.

—¿Qué demonios vamos a hacer ahora?—indagó Melissa soltando un bajo suspiro.

—Enterrarla en el jardín.

Melissa exhaló sin poderse creer que formase parte de todo aquello.

—¡Todo esto ha sido culpa tuya!—vociferó Melissa señalando con el dedo índice a Lucas. El joven la fulminó con la mirada.

—¿Culpa mía? ¡Iba a matar a Victoria! ¡¿Eres imbécil o qué?!

—¡Tú sí que eres imbécil! Se podía haber avisado a cualquiera antes de que la asfixiase. ¿En serio tenías que golpearla con la lámpara?

—¡Fue un acto reflejo!—se justificó alzando la voz.

—¡Tiene cristales incrustados en su cabeza!

—¿Queréis cerrar la jodida boca?—interrumpió Caym con sus ojos bañados en enfado—. Nos van a descubrir si seguís discutiendo.

La rubia frunció sus labios y se cruzó de brazos. No quería ser cómplice del enterramiento de la muchacha. Odiaba formar parte de todo aquello, pues le aterraba que, en todo aquel proceso, los pillasen con las manos en la masa. Tampoco sabían cómo demonios iban abrir la puerta de entrada.

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Cuando la joven Victoria terminó de limpiar la sangre del piso, aprisa guardó el paño y el desinfectante en la habitación. Acto seguido ordenó bajar con sigilo las escaleras del internado. Ambos muchachos arrastraban los pies del cuerpo inerte de Cassandra mientras la tenían agarrada por los brazos. Todo estaba oscuro, pues las luces estaban apagadas. Nada más podían guiarse por la luz de la luna asomándose por los ventanales. Caminar bajo la penumbra resultaba difícil. Hacia más de media hora que debían de estar cada uno en sus respectivos aposentos.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora