Capítulo 38: La llave.

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"Solo nos sentimos realmente vivos, cuando disfrutas de un instante que te hace morir

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"Solo nos sentimos realmente vivos, cuando disfrutas de un instante que te hace morir."

El alarido desgarrador que había soltado la empleada de la limpieza hizo que varios de los alumnos que estaban en clase salieran asombrados de tal grito. La mujer huyó de los baños tapándose con una de sus palmas su boca, oprimiendo volver a dejarse el alma allí. Caym sonrió de medio lado, con esa linea curva en sus labios tan característica y burlesca. Parecía disfrutar del drama y los continuos llamados a Jesús de la asistenta. Le resultaba hilarante que en casos como aquellos siempre nombraran al de arriba.

De inmediato el bullicio en los pasillos fue algo que ningún adulto pudo parar. Corrieron a los baños, haciendo fila y apiñándose los uno con los otros por atisbar el nuevo cadáver de Fennoith, uno más para la lista de los tantos que iban. Cuando el director Newell salió de su despacho y observó aquello, quiso poner orden pero los jóvenes ignoraron la voz del superior, deseosos de ver con sus propios ojos quién había caído esta vez. A simple vista parecía un simple suicidio, un chico ahorcado con su propia corbata de uniforme. Sin embargo, el grupo de la joven Victoria ya sabían que no era así.

—¡Orden, por favor! ¡Silencio!—exclamó el director intentando entrar a los servicios.

—¡Mira quién se ha suicidado! ¡Qué fuerte! —dijo una de las chicas con sorpresa.

Victoria miraba la situación de soslayo, sin pena alguna de la muerte del joven.

—¡Orden! ¡Salid todos! ¡No podéis estar aquí!—continuó el hombre sin resultado.

—Deberíamos ir a la sala de ordenadores ya. Estamos perdiendo tiempo. Os recuerdo que hay que coger la llave de la sala —alegó Melissa, jugueteando con los dedos de sus manos.

Sin decir nada más, con cautela se adentraron en el despacho de Newell y del manojo de llaves cogieron la de la sala de informática, la cual tenía un pequeño plástico que informaba a donde pertenecía cada llave.

Anduvieron a la sala de ordenadores alejándose del bullicio, los continuos cuchicheos y habladurías hacia la nueva muerte en Fennoith.
Conforme se adentraron en otro pasillo, las voces se fueron disipando. La sala de ordenadores estaba más oscura que la del resto de habitaciones. Unas cortinas beige tapaban los ventanales impidiendo que la poca luz solar que había ese día entrara con facilidad. Hubieran preferido no prender las luces, ya que llamaba demasiado la atención. No obstante, había un imprevisto: Los fusibles habían saltado y no había manera de que hubiera corriente.

—¿Somos imbéciles o qué? —cuestionó Victoria con fastidio—¡No hay corriente!

—Dwayne está en el sótano. Dale tiempo —dijo Melissa.

—En cuanto la luz vuelva, la clase comenzará de nuevo. No nos va a dar tiempo. Nos van a buscar.

—No seas pesimista. Todos nuestros compañeros están fuera. Tenemos tiempo de sobra, Massey —alegó Elliot.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora