Capítulo 44: Deja Vu.

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Lucas había insistido en acudir al patio y ver más de cerca la presencia de Kimmie Bonheur

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Lucas había insistido en acudir al patio y ver más de cerca la presencia de Kimmie Bonheur. Al principio la joven quiso abstenerse en el empeño de su amigo y las ganas de acudir al llamado de la alumna fallecida. El hecho de que Victoria no pudiera verla sentía la necesidad de ignorar sus palabras y tacharlo de loco, sobre todo por los continuos brotes psicóticos que tenía. Pero, ¿quién era ella para juzgar? Estaba bajo órdenes de un ser demoníaco llamado Caym, que la acompañaba en su días y sus noches más oscuras en aquel siniestro internado. No era digna de juzgar a Ashworth a sabiendas de su querido amigo, que carecía de humanidad.

Cuando por fin accedió a las palabras de su amigo, los jóvenes salieron al patio con la mayor discreción ante los curiosos que se levantaban a indagar cualquier ruido exterior.

Aunque a Lucas la mayoría de las veces solía temerle a sus extrañas alucinaciones, esta vez sentía la necesidad de acudir al llamado de Kimmie. No obstante, cuando la vio a escasos centímetros el joven se intimidó y no pudo evitar temblar. Respiraba entrecortado, quizás por el frío gélido del invierno que impedía que pudiera hacerlo con facilidad.

Mientras sus amigos miraban con desdén su comportamiento, Lucas podía ver con claridad la figura de la chica. Su uniforme se hallaba raído y con manchas de mugre. Su piel pálida, sus labios morados, y su rostro demacrado, lograba que no pudiera evitar temblar ante la siniestra aparición de Bonheur. Su cabello oscuro caía de sus hombros descuidado y hediondo. En lugar de un bonito color de ojos, carecía de pupilas sustituyendo sólo su globo ocular, luciendo en su totalidad blanquecinos.

Kimmie lo miró, a un lado de las cenizas de su diario.

—¿Kimmie...?—murmuró el chico, dubitativo.

«¡Está todo mal! ¡Nada está bien!», le habló. Su voz sonaba distante, como si estuviera atrapada en un pequeño frasco.

—¿Qué está mal?

«Las muertes. Nada me hará regresar a la vida», sonaba apresurada, pareciera que su energía se consumía al dejarse manipular por la realidad de esa manera. Sus huesos crujían y se movía rápido. Casi inhumano.

—No sé qué quieres decir...

«¡Aarrghh!», vociferó. Su boca se agrandó de una manera tan oscura que hizo que Ashworth retrocediera su paso y cayera con torpeza a la hierba. Su corazón se aceleró tanto que creyó que colapsaría allí mismo. Le había echado demasiada fuerza de voluntad para comunicarse con algo que sólo él podía ver. Ignoró en repetidas ocasiones a todo ser extraño que quería adentrarse en su cabeza y adueñarse de su vida. Por esa razón era admirable que tuviera fuerzas para soportar tal figura siniestra. «¡Buscad al causante de todo esto! ¡No puedo recordar nada! ¡Me durmió! ¡Me mató!»

—Yo...Yo...

«¡Quiero estar con Elliot! Estoy sola. No soporto la oscuridad. No puedo ir a ningún lado. Mamá... Elliot...»

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora