Capítulo 33: Carmesí.

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La enfermera Margarett sonrió a la joven Victoria que se reflejó en el espejo del baño con una expresión que denotaba mucha preocupación

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La enfermera Margarett sonrió a la joven Victoria que se reflejó en el espejo del baño con una expresión que denotaba mucha preocupación. El hecho de que la señora hubiera oído la conversación que mantuvo con Caym la inquietaba sobre manera. No sabía que clase de intenciones podía tener ni con qué fin hablaría con el director Newell. No quería volver a ser castigada en aquel mugriento y polvoriento sótano.

Su congoja se apagó cuando vio que la enfermera llevaba puestos en sus oídos unos diminutos auriculares negros, que de ellos desprendía una melodía clásica. Fue  ahí cuando se percató que la señora no había escuchado la confesión.

—Hola, mi niña. ¿Cómo estás de la espalda? ¿Te sigue doliendo?—preguntó con amabilidad.

Respiró aliviada.

—No, estoy mejor. ¿Por qué escucha música tan temprano en la mañana?

—Suelo hacerlo hasta que el desayuno se inicie. Me relaja mucho.

«¿La relaja de qué? ¿De sus caóticos pensamientos homicidas?», se cuestionó la joven con burla.

Caym permaneció oculto en unas de las puertas de los retretes, escuchando con atención la charla de ambas.

Al menos pudo agradecer que Margarett no hubiera presenciado la plática, ya que el hecho de que supiera de la existencia del diario de su hija quizás la alteraba y la sacaba de sus casillas, pues haría todo lo posible por descubrir la verdad. ¿Qué madre no querría averiguar qué le ocurrió a su amada hija? Claro que era muy suspicaz que Newell conservara su diario, más aún si las letras estaban emborronadas. Por esa razón, la joven no duraría en indagar en ello. Podían estar ante el asesino de Kimmie Bonheur y no saberlo.

La enfermera miró el retrete que se hallaba escondido Caym, con una mirada que la muchacha no pudo descifrar. Acto seguido sonrió y dijo:

—El desayuno va a comenzar. ¿Vienes?

—Apúrese usted, debo de lavarme las manos antes.

—De acuerdo. No te retrases, ya sabes lo exigente que es el director Newell.

Y sin decir nada más, la señora partió de allí.

Caym salió del baño haciendo que la puerta de madera chirriase con un sonido desagradable y molesto. Hasta en las puertas podían notarse la edad del internado. El chico poseía su mirada penetrante y sus labios apretados, fastidiado de la poca intimidad que podían haber en aquellas paredes desgastadas.

—La próxima vez deja que mire si hay alguna persona en las demás puertas de los baños. No me metas de sopetón en uno de ellos por tu maldita curiosidad—dijo el muchacho con hastío—. Aprende a ser paciente.

—Lo siento. Lo tendré en cuenta.

Caym sonrió con suficiencia. No iba a negar que adoraba que le pidieran perdón, más sabiendo qué era y quién era. Le hacía sentir superior.
Falta le hacía a nuestra Victoria de alguien que le recalcara sus errores continuos, de los cuales le costaba aprender de ellos. Era una muchacha tan ansiosa que en ocasiones la discreción no era su fuerte.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora