Capítulo 3: Dame las pastillas.

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La joven Victoria continuó respirando con dificultad mientras se sujetaba con sus delicadas manos su cuello el cual le había asfixiado Caym

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La joven Victoria continuó respirando con dificultad mientras se sujetaba con sus delicadas manos su cuello el cual le había asfixiado Caym. No sentía temor por aquel ser llamado «Caym» ni mucho menos. El miedo no era un sentimiento que soliese tener, pero sí tenía la curiosidad por saber más sobre el joven de ojos grisáceos que la miraba sonriéndola con sarcasmo y soberbia.

—Y por último, quiero algo de ti—comentó Caym mirándola de arriba abajo.

Victoria malinterpretó aquella frase junto la forma en la que le miraba, pues el varón recorrió con su mirada el cuerpo de la muchacha, lascivo. Ella se rehusó a lo que quiera que estuviera insinuando con aquellos ojos grises. Se cruzó de brazos y frunció su ceño, con cierto recelo. No obstante, el demonio se mofó de la chica al ver su actitud y la mala confusión.

—¿Qué crees que te estoy pidiendo? ¿Acaso crees que un trozo de carne humana como tú va a calmar mi sed? No seas ridícula.

Ella se hastió de inmediato ante la contestación burlona del varón. Prefirió permanecer en silencio que rebajarse a su nivel con una trifulca absurda.

El joven se quitó la mochila negra que tenía situada en su espalda que hasta ahora no se había fijado la joven. De ella sacó un libro negro con un signo en su portada de lo más curioso y tétrico: Un pentagrama con una estrella de cinco puntas, en la cual, en el interior de la estrella, se hallaba la cabeza de lo que parecía ser una cabra.

Caym guardaba un alfiler dentro de una de las páginas del libro. La muchacha se preguntaba que era lo que quería hacer con ese libro, que al parecer sus páginas estaban totalmente en blanco, haciéndolo todavía más curioso y tenebroso. El joven sujetaba la aguja junto el libro, y con una sonrisa miraba a la chica insinuando que debía hacer algo que no le gustaría.

—Lo que debes de hacer es un pacto de sangre.

Victoria horrorizaba y con total desagrado se rehusó ante aquello, pues no quería sufrir daño alguno, sino causarlo.

—Si no lo haces te lo haré yo mismo, y créeme que podría ser mucho peor.

Ella hizo una pausa pensándose si debía de hacerlo. No tardó ni tres segundos cuando afirmó con su cabeza.

—De acuerdo. No me hagas mucho daño, ¿vale?

—Como desee, madame.

Caym soltó una risa silenciosa. Agarró el dedo índice de la joven y pinchó el alfiler en el. Victoria gimió leve. De inmediato una gota carmesí se pronunció. El muchacho deslizó su lengua por sus labios al ver la sangre de la joven.

—Tacha una cruz con tu sangre en esta página, mi querida Victoria.

Embrujada de sus palabras, tachó la cruz con sangre, y como si de magia alguna se tratase, su nombre apareció de manera sutil en el libro. La joven entreabrió los labios tras observar algo que no entendía.

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora