*Capítulo Uno: "Un hombre"

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Tantas historias, negros indigeribles milagros y la estrella de oriente emparedada, y el hueso del amor, tan roído y tan duro brillando en otro plato

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Tantas historias, negros indigeribles milagros y la estrella de oriente emparedada, y el hueso del amor, tan roído y tan duro brillando en otro plato...

—Blanca Varela

—Y regresarás algún día —cuestionó ella, cuando la charla se encaminó a una intimidad plena. Su querida amiga anhelaba recibir una respuesta positiva, aunque a esas alturas, la posibilidad de obtener un sí se hacía cada vez más distante.

La muchacha que vivía al otro lado del mundo, dejó sobre el velador la taza con chocolate caliente que bebía y acurrucada contra una manta gruesa de algodón, meditó las decisiones que en algunos meses debían sentenciar el rumbo que continuaría.

Ella, muerta de frío, tiritó con más fuerza. En aquella época del año hacía mucho frío en Alemania, y explicando su situación con sinceridad, a Madeleine le costó acostumbrarse al clima inclemente de ese país y más durante el mes de diciembre; sin embargo, la crudeza de su amor unilateral, la hizo resistir el gélido aire, que a veces jugaba con su larga cabellera lisa.

—No lo sé —respondió en un corto resoplido que terminó por consumir el escaso aire que rondaba su perímetro.

Sin gloria ni gracia, apoyó la cabeza en la pared para resistir el martilleo que exterminaba cualquier indicio de cordura.

La joven estaba cansada de recibir esa misma pregunta, la había oído durante tres años y la sola mención de su retorno, comenzaba a convertirse en una amenaza invisible que pretendía evitar, aun así, no podía esconderse toda la vida. No podía simplemente desaparecer, no cuando conservaba tantos recuerdos bellos que mostrar al universo.

— ¿Cómo que no lo sabes? Todos te extrañamos como unos reverendos estúpidos y queremos que vuelvas a casa lo más pronto posible —le reclamó su casi hermana, con la suavidad de unas manos tersas. Su amiga íntima, Ángela, conoció la razón de su huida el mismo día en que abordó el avión rumbo a Berlín, pese a ello, no comprendía como una mujer tan inteligente como Madeleine, se dejaba debilitar por un amor no correspondido. Un amor tan carmesí y blasfemo, según la propia Madeleine. "Después de todo, él fue su primer amor", pensó la joven, quien buscaba una coartada para comprender su nivel de inmadurez—, tus amigos preguntan por ti a diario —prosiguió, pero hablando de manera impersonal—, dicen que eres una ingrata porque nunca les contestas los mensajes que te dejan en tus redes sociales.

—Es que estoy muy ocupada con mis trabajos y los estudios de mi especialización —ella se disculpó con la misma historia falsa que repetía en cada llamada—, a veces no tengo ni tiempo para comer —agregó para hacer más convincente su embustera excusa.

—Sí, desde luego que sí —afirmó rodando los ojos—, lo entiendo —Ángela le dio por su lado, era un total despropósito contradecir a una mujer tan terca como Madeleine—, pero son tus compañeros de tesis y no puedes ignorarlos tan alegremente, es como si no consideraras nada de su amistad —suavemente, consiguió hacer que sus ánimos se desgastaran.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora