*Capítulo Trece: "Terciario"

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"Se habrá hecho de noche en tus miradas; y sufrirás, y tomarás entonces penitentes blancuras laceradas"

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"Se habrá hecho de noche en tus miradas; y sufrirás, y tomarás entonces penitentes blancuras laceradas".

—César Vallejo

—¿Madeleine? —Preguntó el sujeto, incapaz de controlar su alegría por toparse con la belleza que desprendía la mujer que perdió—. ¡Eres tú! —Por la inercia de sus extremidades, se alejó del grupo que ingresó detrás de él y se apresuró hasta la mesa que ella ocupaba, solo teniendo la intención de toparse cara a cara con la chica que, en sus mejores sueños, anheló convertir en su esposa, y que por sus errores, jamás amanecería entre sus brazos—. ¡Qué feliz coincidencia! —exclamó entusiasmado y sin ocultar los hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando ampliaba una sonrisa enamorada.

El enorme gesto de alegría que se dibujó en sus labios resecos por el cambio de clima, mermó. El tan ansiado reencuentro que soñó por meses enteros, fue borrando su felicidad al hallarse con la expresión endurecida de su ex. Era lógico deducir que Mad no lo recibiría con bombos ni platillos, ni querría verlo retratado en el lienzo de un mal pintor.

Ella no negaría que su presencia consiguió perturbarla; encontrarse con el hombre que la dañó en lo profundo de su alma y que no merecía su perdón, era un imprevisto que la estremecía de horror. Sin prestarle atención a sus palabras atiborradas de una felicidad compleja de comprender, la joven volvió a centrarse en Edvino para terminar de resolver los asuntos que le concernían a los dos; no dejaría que un error de años anteriores, volviera a atormentarla, y menos en una situación inapropiada.

—¿Quién es él? —el tono familiar usado por recién llegado para referirse a Madeleine, revelaba la confianza que tuvieron en una relación. Lo cual incitó a que Edvino formulara millones de probabilidades en su cerebro, infestado de unos celos corrosivos para su raciocinio; sin embargo, había un detalle más descabellado: ella jamás habló de ese hombre, que obviamente, por el acento, no era perteneciente a Nayerú. Hablaba correctamente su idioma, mas no pertenecía a ese país. Los rasgos físicos de origen europeo eran una prueba más que recalcaba su hipótesis.

—No es algo de tu incumbencia —cortó con un filo criminal sus deseos de conocer el tipo de relación que ella y Antoine cultivaron por unos meses.

La mujer de pupilas encendidas, por los recuerdos que se arremolinaban en el interior de su ser, jamás levantó una falsedad para Ángela sobre sus relaciones amorosas en Alemania. Ella no salió con ningún residente nacido en ese país, pero sí con un francés que, a decir verdad, le gustaba más que un amigo cualquiera: su caballeroso modo de comportarse, el trato amable y respetuoso que le demostró durante tres meses luminosos y prósperos. Él tuvo todas las posibilidades de alzarse con la entereza de un corazón salvaje, rodeado de espinas que no permitían el acercamiento de una especie frágil,

en busca de protección y el calor de una buena amante. Ella tal vez lo habría amado si él no hubiese cometido un garrafal yerro, que hasta ese día, a veces le causaba pesadillas.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora