*Capítulo Once: "No tiene sentido"

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"No nació la mujer para querida, por esquiva, por falsa y por mudable; y porque es bella, débil, miserable, no nació para ser aborrecida"

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"No nació la mujer para querida, por esquiva, por falsa y por mudable; y porque es bella, débil, miserable, no nació para ser aborrecida".

—Mariano Melgar

Sin saber los rumbos del destino, él tomó partido de una decisión arriesgada y, tal vez, descabellada, que acarrearía consecuencias funestas para sus intenciones macabras. Aspirando el mohíno aroma de su soledad, pronunció un nuevo mandato al único ser, que al menos por esos destellantes y efímeros instantes, en el que podía confiar con un ojo cerrado.

—¿Estás seguro de lo que pides? —Anael quería escuchar los cañones dándola la hermosa y visible señal de que la guerra, esperada por milenios, había iniciado.

Soñaba con el momento exacto en el que contemplaría el cielo de la misma tonalidad de sus ojos, oculto bajo una espesa nube de humo y sangre. La vitalizaba pensar en las masacres que se librarían antes de contemplar un atardecer más; sin embargo, parte de su deber era asegurarse de que nada de lo que ocurriría fuese hecho por su mano. No debía revelar nada o le costaría su larga vida.

—Por supuesto —Eric detuvo sus pasos, que resonaban por la calle sin un ápice de vida, en medio de la madrugada—, quiero que lo hagas o de lo contrario, puedes ir regresando por el mismo lugar por el que viniste —la mujercita ladeó la cabeza con el entusiasmo de una niña que acababa de recibir su regalo anhelado.

Y sin decirle objeción alguna, ella giró sobre sus talones y emprendió un rumbo contrario al que llevaba siguiendo, dispuesta a darle una ayuda de la que tendría tiempo de arrepentirse.

Eric era un hombre muy capaz e inteligente, pero ella se percataba de un pequeño error que le costaría lamentos escarlatas sacadas de sus propias venas. De nada valía la cantidad de pergaminos que leyó estando en el dominio de su padre, tampoco le sirvió interpretar las poesías escritas por los Guardianes, ya que él todavía no hallaba el significado de: "Nunca confíes en una Traslúcida". Pagaría con creces el desoír una recomendación abarrotada de una sabiduría, que no se adquiría leyendo, sino con la experiencia y las llagas de las equivocaciones de un alma joven.

Eric prosiguió con su caminata, sin tener la menor preocupación por lo que podría ocurrirle a Anael, a esas horas, deambulando en soledad. Esa mujer era intocable, nadie con dos dedos de frente, al ver su yo interior, se atrevería a ponerle una mano encima; aunque algunos hombres eran tan idiotas; no obstante, aquello ya no sería de su incumbencia.

La brisa fresca e indolora del oscuro amanecer, lo mantuvo despierto y rememorando cada una de las palabras del verso de lo Guardianes que nunca debió leer:

"Las lágrimas de un corazón conquistado, engañan al más listo. La venda puesta en los ojos de un falso amor, son más intensas y destructiva que la unión del elixir de la eterna existencia".

Comprendiendo la complejidad de tan sencillo párrafo, Eric se maldijo por veinteava vez. Había estado a punto de perderlo todo por culpa de un miserable video, pero no se lanzaría a la derrota con tan facilidad.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora