*Capítulo Diecinueve: "Polvo y partículas"

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"El demonio se agita a mi lado sin cesar; flota a mi alrededor cual aire impalpable; lo respiro, siento cómo quema mi pulmón y lo llena de un deseo eterno y culpable"

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"El demonio se agita a mi lado sin cesar; flota a mi alrededor cual aire impalpable; lo respiro, siento cómo quema mi pulmón y lo llena de un deseo eterno y culpable".

—Charles Baudelaire

«El soplo del huracán desatado por las tenebrosas carcajadas de la muerte, envolvió las hojas caídas de los árboles, arremolinándolas en un enorme espiral que tenía el extraño propósito de cegar los ojos oscuros que admiraban la futura desgracia.

Ella, abandonada entre los senderos de una guerra de confusión, los vio acurrucarse detrás de un árbol, escondiéndose de una realidad que se les fue obsequiada con malicia, fruto de las malas decisiones por las que optaron sin cavilar. Los dos enamorados maldecidos fueron el punto de partida de una nueva raza; no obstante, el conocimiento otorgado por las sabias manos de un "salvador", se transformó en la gota de su perdición. Ellos palparon la verdad desfigurada acerca de una creación manchada con la extinción de otros; y por esa desobediencia, su descendencia, igual de ingenua, sería cegada por el resto de los siglos; a excepción de uno, que se reveló al destino fragoso de su alma, acabando con aquel que nació de un mismo vientre.

Este primer recuerdo avizorado con el pánico recorriendo su espina dorsal, fue absorbido por un enorme agujero negro, que la transportó hasta la morada de una guía experimentada, que se dispuso a presentarse adoptando la apariencia de la persona que más quería de modo fraternal: la figura de su "tía" se materializó delante suyo y Madeleine solo puedo parpadear para frenar los descoordinados latidos de su corazón. La amaba demasiado a pesar de ser su captora.

Atravesando con facilidad una mancha oscura, ella la condujo por los pasajes de un estrecho camino atiborrado de bruma espesa, que le impedía respirar. La caminata de ambas fue ágil, ya que debían salir de allí cuanto antes, porque las engañosas voces que intentaban robar su atención, se hacían más potentes en cuanto las nubes caídas se disiparon por un túnel sin comienzo ni final.

—No levantes la vista o acabarás extraviada en el pasado —la latente curiosidad de conocer aquellos que gemían por piedad, se intensificó, mas el consejo la liberó de cometer una estupidez.

Y así, desoyendo a los maldecidos, pronto salieron a una nueva realidad: la espesa negrura se disipó por completo en cuanto sus pies tocaron el pasto empapado por el rocío de la mañana. El extenso lugar al que arribaron sin mayores contratiempos, se presentó como una maravillosa ilusión; que se prolongó por un enorme territorio en diferentes tonos de verde, lleno de cantidades exageradas de animales que no dejaban de correr de un lado a otro; y en el que un agua cristalina recorría las zanjas dibujadas en la tierra, las aves surcaban el cielo con las alas abiertas, mientras las mariposas se posaban en las flores; sin embargo, todo se transformó en cuanto un grito desgarrador obligó a que las aves huyeran despavoridas en dirección contraria. El verde que gobernó los prados, fue sustituido por un plomizo sin lustre que después de un nuevo brote de conocimiento; fue eliminado por una ráfaga de viento; el agua cristalina perdió su vitalidad y se convirtió en la sequedad de un desfallecimiento eterno por la ignorancia de los arrebatados.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora