*Capítulo Dos: "Sí, te amo"

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¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh corazón cansado! Esfuerza en la miseria de tu estado; que tras fortuna suele haber bonanza

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¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh corazón cansado! Esfuerza en la miseria de tu estado; que tras fortuna suele haber bonanza.

—Garcilaso de la Vega

—Mady, amiga... —la mujer de sentimientos sinceros y movimientos gráciles, que la acompañó durante sus mejores años de universidad, la abrazó con la fuerza propia e intensa de una tormenta tropical.

La había extrañado de un modo indescriptible. Ángela no pudo evitar sollozar mientras la apretaba contra su pecho, para mostrarle la incomprensible desazón que le produjo su inminente partida. Fueron tres largos años durante los que se mantuvo separada de su casi hermana. Tres largos años en el que las dos cambiaron de modo radical, pero aun así, conservaban el brillo fulgurante de una amistad real. Tan llena de momentos dulces y melancólicos, que afianzaban su lazo fraternal.

— ¡Te extrañé en cada maldito enero! —Rodeándola con los brazos, expresó el amor no lésbico que sentía por la mujer que conocía sus más íntimos secretos—. ¡Estúpida! —La insultó con una cálida expresión de dolor—, siempre recordé nuestros veranos en el campamento... con los niños y las niñas —aunque quería evitarlo, Madeleine lagrimeó hasta el punto de empapar su rostro con el sentimiento más puro.

— ¿No que odias a la gente llorando? —Madeleine se burló de su debilidad cuando al fin pudo hablar.

—Sí —afirmó Ángela, separándose un poco de su casi hermana de secretos—, odio la gente sensible —la joven no respiraba por el atascamiento de los profundos sollozos que se desencadenaban en su pecho—, porque no sé cómo consolarlos y me siento un muy malvada —a pesar de las contradicción de sus palabras, Ángela permitió que sus ojos drenaran el sufrimiento que en su hogar no podía demostrar—, pero tú sí sabes calmar a una persona en ese estado —ella se valió de la fortaleza ajena, dejándose consumir por el dolor de una pérdida incomparable.

Madeleine contempló la escena como el reencuentro de dos amantes separados por alguna guerra entre las potencias mundiales, y eso le causó ganas de reír. Con un océano diabólico, apartando sus cuerpos, pero uniendo sus corazones mediante cartas escritas con un puño y letra perfecta.

Su relación se alejaba por una sola línea de lo lésbico para todos aquellos que las conocieron, mas ambas sabían la consistencia de su relación. ¿Se querían? Igual que dos hermanas.

—Desde luego, sé consolar a una persona —concordó apaciguando la montaña de sentimientos que buscaban apoderarse del control de su cuerpo.

Acariciando sus cabellos castaños y cortos, Madeleine se sentía la madre de aquella irreconocible chica que se acurrucaba contra ella y llenaba de líquidos nasales su blusa azul. Y por un momento, Madeleine agradeció que Ángela fuera solo diez centímetros más alta que ella o de lo contrario habrían hecho el ridículo.

Tras un largo rato abrazadas y diciéndose entre lamentos incontrolables lo mucho que se extrañaron por todos los años que el destino las dejó en distintas partes del mundo, ambas se distanciaron al oír los murmullos de las personas que aludían argumentos para validar un supuesto lesbianismo. Sin quitar la expresión de alegría, discordante a sus ojos llorosos, las chicas se separaron por unos segundos antes de volver a abrazarse. Apartaron a un lado el miedo que les producía que los demás creyeran que se querían de forma romántica. Luego de muchas separaciones y abrazos, las jóvenes finalmente se quedaron frente a frente, riéndose del insulto que un tonto hombre, bastante primitivo, seguramente criado en la época medieval, les murmuró con una rapidez indescriptible.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora